[señores del Inadi: de nuevo, tengan compasión. Post cargado de preconceptos sobre los alemanes]
Era una de las visitas
planificadas y más esperadas del viaje: subir a la cúpula del Reichstag, el Parlamento alemán en Berlín. Una mezcla
arquitectónica fascinante, con una base del siglo XIX y una cúpula
de la década de 1990, desde donde se tienen vistas panorámicas de
toda la ciudad. Era una visita cargada de historia (como todo en
Berlín, básicamente). Había que reservar un turno con 3 días de
anticipación y gracias a que nuestro host
nos recordó este dato pudimos hacer la visita. Todo estaba listo: a
las 12 del mediodía estaríamos allí.
La
estación de trenes desde donde partíamos estaba en reformas, y
luego de cruzar varios túneles y andenes perdimos algo de tiempo y
llegamos sobre la hora (hermosa nuestra imagen corriendo desesperados
desde la estación central hasta el Parlamento, en un lugar donde
todo el mundo es puntual y camina ordenadamente).
Llegamos
a la entrada para visitantes, y allí tenían una listita “de
invitados” con los nombres y números de pasaporte de todos los que teníamos turno para la
visita. Antes de entrar había que pasar por un detector de metales y
pasar nuestro equipaje por uno de esos cosos que desnudan nuestras
mochilas como hay en los aeropuertos. Nos separaron a los dos y
fuimos cada uno por una fila.
Yo paso
sin dramas pero mi mochila no. Hay algo ahí. Había dos problemas:
el primero, que no sé nada de alemán. El segundo, que uno tiene una
cierta imagen mental de la ley y las fuerzas de seguridad alemanas, y
no son particularmente agradables. Uno viaja e intenta desprenderse
de sus prejuicios, pero no siempre funciona: la seguridad del
parlamento alemán mete miedo.
El
tipo que revisaba mi equipaje me intentó hablar.
-
Unfunfrundenschmungen- dijo, o al menos así sonó para mí.
- ¿Lo
qué?
-
Unfunfrundenschmungen – insistió, pero hablando más lento.
Imposible, inentendible, ¡¿de qué planeta viene este idioma?!
- Ich
ne sprachen deutsch – o algo así, “ijne sprej doisch” medio
repetido para decir “no hablo alemán”. Ya llevábamos varios
días en el país pero no había manera de aprender nada.
-
¿English? - me dijo el tipo, muy amablemente, pero sin darme la
mochila ni dejarme pasar. Me agrandé y me hice la canchera.
-
English, español, francais...-
- Vous
avez un couteau – me dijo, en un francés con acento alemán que no
entendí.
- ¿Lo
qué? - “para qué carajo dije que sé francés si no se nada!”
- Vous
avez un couteau.
- …
- El tipo se me acerca y me hace un gesto para hablarme al oído.
“Serás lindo, pero no es momento para romance” pensé. [Era
lindo el malote este]
- You
have a swiss knife – Me susurró. Mi mente empezó a traducir
“Couteau, swiss knife. LA PUTA MADRE, TENGO LA NAVAJA SUIZA”.
Yo,
ahí, en el centro neurálgico de los conflictos del siglo XX,
queriendo meter la fucking Victorinox en el Parlamento Alemán. En
pocos segundos me imaginé presa explicándole a quince alemanotes
que no soy mala, que tan solo soy boluda, que me olvidé de sacar la
navaja de la mochila pero que soy buena! Que la navaja la llevo
encima para hacer sanguchitos o destapar vinos, ¡nada más!
Me
puse roja. Mi vergüenza se entendía en todos los idiomas. Ya no
recuerdo en qué idioma me habló, pero entendí que me sacaron la
navaja, la pusieron en una bolsita tipo ziploc y me dieron un número.
También pensé “chau, no la recupero más, como aquel pisco que me
incautaron en el aeropuerto de Lima”. Pero muy organizadamente,
como corresponde (son alemanes, al fin y al cabo), recuperé mi
navaja al salir de la visita.
Muy
amablemente les dije danke schön.
Moraleja:
no intentes entrar a edificios de gobierno con objetos cortantes.