lunes, 28 de julio de 2014

Quedar varados

[pasado el furor mundialista vuelvo a otra de las cosas que me encantan: los viajes. Y mis boludeces relacionadas con los viajes.]

Cuando estamos recorriendo un lugar desconocido, nuevo, placentero, solemos sacar fotos hermosas como para recordar siempre esos momentos de felicidad. Pero esos ratos de alegría y contemplación suelen ser eso, ratos. Más largos, más cortos, pero de ningún modo la totalidad del tiempo viajero. Los viajes también están llenos de otros momentos, situaciones que nos llevan al borde de la locura, de la zozobra y del ridículo. 
Estar de viaje es estar en tránsito, es moverse de un lugar a otro, es querer llegar desde acá hasta allá. Pero algunas veces tardamos demasiado en llegar de un punto a otro, y otras tememos quedar varados, sin poder salir de un "acá" donde ya no queremos (o podemos) estar.
Pues... a mí me pasó varias veces. Algunas viajando sola, otras con mi novio que padeció en carne propia mi histeria. Esos momentos en que no nos detenemos a sacarnos fotos porque sólo queremos teletransportarnos a nuestra cómoda y calentita habitación.

La primera vez que quedamos varados fue en Montevideo. Estábamos acampando en una playa cercana a la ciudad, Salinas, pero habíamos ido a Montevideo para pasar una noche de carnaval en el Club Malvín. Nos lo habían recomendado, viajamos en bondi, dimos vueltas por el barrio bastante perdidos y al final llegamos al club. Lo pasamos muy bien; cuando terminó el espectáculo la gente se fue yendo, y de los colectivos ni noticias. Seguíamos varados y solos en la madrugada, sin un bondi cerca y cada vez con más frío. Nos tomamos un taxi hasta Tres Cruces, la terminal desde donde salían los micros para los alrededores de Montevideo. No les puedo explicar mi nivel de ansiedad y preocupación para ese momento. De noche, sin transporte, con poca plata, en una ciudad desconocida, con frío y sueño. Cuestión que llegamos a la terminal a eso de la 1 de la mañana... y el primer micro salía a las 5. Ya está, no hay nada que hacer. La bronca y los nervios dieron lugar a la resignación y a esperar y dormitar en un banquito toda la madrugada. Una delicia. Llegamos al camping al amanecer. Suena romántico pero no lo fue. 

La vez siguiente fue en un recorrido por la Quebrada de Humahuaca. Después de haber caído en un par de hoteles medio desagradables que habíamos reservado desde Buenos Aires, decidimos que era mejor llegar al siguiente destino y ahí elegir "cara a cara" dónde parar. Lo que no tuvimos en cuenta fue la hora a la que llegaríamos a cada lugar. Todo bien con recorrer y comparar hoteles siempre que uno esté abrigado, alimentado y en un horario más o menos normal. No fue el caso. Cerrábamos el viaje en Salta, y hacia allí nos dirigimos en un bondi desde Humahuaca. Pensamos que demoraría un par de horas, pero nos tomamos el lechero y se tomó más de seis, incluyendo paradas de Gendarmería y revisiones de mochilas en el medio de la nada... Nuevamente, la locura se fue apoderando de mí. Cuando pensé "ya estamos llegando" pusieron una película de tres horas. Me desesperé. Caímos en la terminal de Salta como a las doce de la noche y nos atacó una horda de promotores de hostels ofreciéndonos lugar. Yo, desconfiada, ansiosa y rodeada de desconocidos estaba al borde del pánico. "Estos seguro son todos estafadores". Nos metimos en la terminal y le dije a Sergio "¿por qué no vas a averiguar si hay algún alojamiento recomendado". "Dale, quedate con los bolsos" y se fue. Yo había entendido que iría a alguna oficina de turismo, y lo esperé, y esperé. Me quedé sola, abrigada y abrazando las mochilas, esperando. No recuerdo si no teníamos celular o nos faltaba batería o qué, pero de mi buen muchacho ni noticias. Por mi mente cruzaban las peores ideas: que se perdió y no sabe cómo volver era la más light, que lo habían secuestrado para robarle los órganos era la más trágica. Como a la hora apareció... se había mandado a recorrer Salta (sin mapa ni nada, así, a lo explorador intuitivo) y consiguió un hostel de lo más lindo. Pero claro... para ese momento yo ya era el demonio de Tasmania, la locura personalizada. "Me dejaste sola!! ¿Cómo se te ocurre? ¿Por qué no me avisaste? Estás loco!!!". "Pero nos conseguí un buen lugar". Pobre, le dije de todo menos lindo. Se necesitaron tres días de torrontés, empanadas salteñas y dulces regionales para calmarme.
Es así, sepan que puedo ser muy buena compañera de viajes pero que cuando enloquezco... agarrate.

Otra vez que casi quedo no sólo varada sino también presa fue en Bariloche. Ya nos tocaba volver, y siempre es triste volver de Bariloche. Pero bueno, las vacaciones terminaron. Estábamos con Sergio en la fila para embarcar, a punto de subir al avión, de nuevo a la noche tarde (el vuelo más barato, ejem), cuando ocurre lo más temido. Me llaman por altavoz. 
- Pasajera LauSan, preséntese en el mostrador de check-in, por favor. 
Con mi desconcierto me fui hacia abajo. 
- Bueno, Sergio quedate acá, no te vayas sin mí! 
Llego abajo, pensando que no sé, que tal vez el vuelo estaba sobrevendido y nos pasaban a primera clase o algo así. Me apersono en el mostrador.
- Soy yo, ¿qué pasa?
- Acompáñenos, por favor. 
Dos señores representantes de la autoridad aparecieron de la nada, detrás mío, y me pidieron que fuera con ellos. Y ahí me fui.
- ¿Qué pasa? - yo ya pensaba en llamar un abogado, en recordar mis derechos, en que todo lo que diga pueda ser usado en mi contra, en qué cuernos está pasando. Pero logré quedarme calmada. De a poco estoy aprendiendo a no enloquecer.
- Tenemos que ir a la pista
- ... - noenloquecer, noenloquecer, no-en-lo-que-cer !!!!!!!!!!!
- Usted está viajando con un elemento prohibido en la mochila
- ... - ¡elemento prohibido! ¿Qué elemento prohibido? ¿La navaja? Pero si está bien que la navaja vaya abajo. ¿¡Me metieron drogas!? Nah, si es un vuelo de cabotaje. - ¿Qué elemento prohibido? Esto debe ser un error. - Sí, claro, todos deben decir lo mismo, ¿por qué me van a creer? 
- Usted está transportando una garrafa y no se puede viajar con una garrafa.
- ¡Yo no tengo ninguna garrafa! - Noenloquecer, noenloquecer, noenloquecer ¡pero una garrafa la puta madre eso es re terrorista!
- Acompáñenos a la pista.
Ahí fui, con estos dos buenos muchachos, a la pista del aeropuerto de Bariloche, a la noche, de nuevo a chupar frío. El backstage del vuelo. Las lucecitas de la pista y un montoncito de equipaje esperando para subir al avión.
- ¿Usted es LauSan?
- Sí
- Entonces esta es su mochila, y en su mochila hay una garrafa.
- No.
- Sí.
- ¿Usted es LauSan?
- Sí, pero esa no es mi mochila.
- Pero acá dice "LauSan".
- Sí, pero no es mi mochila. 
- Pero dice "LauSan".
- Pero no es mía. Le dije, esto es un error, yo no vine en carpa, no tengo carpa, no tengo garrafa, no tengo nada.
- Pero tiene su nombre.
- Se habrán confundido. La chica que nos hizo el check-in imprimió como cinco tiritas con mi nombre porque no funcionaba bien la impresora. Le habrán puesto mi nombre a otra mochila.
- ¿Y entonces?
- ¡Y qué se yo!
- ¿Y qué hago con esta mochila?
- ¡Dejela acá, si tiene una garrafa! ¡No la pensará subir al avión!
- Pero si la dejo se queda sin su equipaje.
- ¡Pero que no es mi mochila le dije!
- ¿Y de quién es?
- ¡Qué se yo! - Laputamadre se me va el avión. Si pierdo el vuelo les armo un quilombo y un bruto reclamo y me van a tener que pagar un finde en el Llao Llao. Mínimo.
- Bueno, volvamos, me tiene que acompañar a declarar.
- ¡Pero pierdo el vuelo! 
- Bueno, está bien, la acompañamos a la puerta de embarque, muchas gracias.
- ...

Volví a embarcar, Sergio me estaba esperando, subimos al avión, padecimos las miradas de la gente ("por culpa de estos dos hippies salimos con demora") y me senté. Ahí hice catarsis. "¡Estos hijos de puta pensaron que yo quería volar el avión!". Dije la palabra "bomba" a los gritos, ya pensando que me iban a bajar y meter en cana de nuevo. Volvimos a casa y jamás me enteré de quién era el dueño esa bendita mochila con elemenos prohibidos.

Moraleja: Sin contratiempos, a los viajes les falta algo. 
Moraleja 2: Igual... no enloquecer.

lunes, 14 de julio de 2014

El día después

Se fue el mundial, pasó volando, y nos dejó de todo. Se vendrán los días de análisis del partido, pensar el futuro de la selección, los que sigan protestando porque "nos robaron la final" y los que, resignados, admitamos que estuvimos cerca y que se nos escapó de las manos.

A mí, en lo personal me dejó muchos nuevos seguidores en twitter (que probablamente se vayan cuando me vean tuiteando en la vida normal). Me dejó hermosos momentos familiares, deliciosas picadas, partidos con amigos, comentarios en los grupos de facebook y whatsapp, polémicas sexistas, inspiración para la escritura y festejos callejeros. Me dejó un pequeño triunfo en el Prode. Me dejó un mes para no olvidar.

Tenemos miles de momentos para atesorar. Las derrotas tempranas de campeones y las insólitas victorias de equipos sorpresivos. Goles hermosos, atajadas memorables, arbitrajes ridículos y eliminaciones injustas. Nuevas estrellas que brillan mientras otras se opacan. Lágrimas de dolor, de nervios, de derrota y de miedo. Y también de alegría.

Disfrutamos los cantos, el color, las entrevistas bien hechas, la emoción de los jugadores, disfrutamos sentirnos un poco más cerca de cada uno de ellos. Padecimos y seguiremos padeciendo a los que piensan el fútbol como una verdadera guerra. A los entrevistadores sin sentido común y a los que bajan línea moral. A los que piensan realmente que la naturaleza de un país se expresa en cómo actúan sus hinchas y que las tapas de los periódicos definen lo que siente una nación. A los que interpretan políticamente lo que pasó en el mundial: que nos merecemos la derrota porque "somos así", los que creen que llegamos lejos por el bienestar del país y los que piensan que quedamos afuera por nuestra debacle económica. En fin...

Vuelve la selección y la aplaudiremos. Y después volveremos a sumergirnos en la rutina sin mundial, en el fútbol local, en las puteadas a barrabravas y dirigentes, en la pasión y en el tedio cotidianos. Los hombres argentinos seguirán lesionándose en picados con los amigos y juntándose a las once de la noche a jugar en cualquier canchita. Los pibes argentinos seguirán soñando con ser futbolistas. Ojalá, en lugar de reclamar a los jugadores por lo que no hicieron, aprendamos a "poner huevo" en lo que hacemos nosotros, aspiremos a ser mejores en lo nuestro, y en lugar de pedirle a los dioses que sean dioses, recuperar su lado humano.

El fútbol expresa lo mejor y lo peor de la vida: la pasión, el peso del azar, el cansancio, la garra, el poder del talento pero también sus límites, la fuerza del paso del tiempo, la ilusión más infundada, lo justo y lo injusto, los momentos de gambeta y poesía y los de violencia y bronca. Lo efímero de la alegría y lo profundo de las tristezas.
Por eso nos enganchamos, nos apasionamos, nos comprometemos, por eso nos bajoneamos cuando perdemos. Pero a los pocos minutos lo seguimos mirando y volvemos a alentar.

jueves, 10 de julio de 2014

Hoy te comés el mundo

[post escrito luego de sufrir, de gritar, de salir a la calle a celebrar eufórica, de hacer chistes sobre Mascherano en Twitter y con una manija tremenda.]

Ya veníamos diciendo que Brasil 2014 era un mundial maravilloso. 
Fase de grupo con goleadas, muchos muchos goles por todos lados. Costa Rica saliendo primero en el grupo de la muerte. El campeón vigente, y el anterior, volviendo a casa en fase de grupos. Los pibes de Colombia bailando deliciosamente en cada festejo de gol. Suárez volviendo de su operación de rodilla y metiendo dos golazos. Y arruinándolo todo con esa mordida al tano. Y siendo exageradamente castigado por la Fifa, en una de las grandes (y no únicas) injusticias del mundial. Partidos con árbitros sospechosamente parciales, goles en contra, arqueros maravillosos. Situaciones horribles, lesiones zarpadas y apenas sancionadas. Penales que no fueron. Definiciones en el último minuto.
La goleada de Alemania a Brasil.

De a poco, muy de a poco, le fuimos tomando cariño al equipo. Messi le tapó la boca con sus goles a todos los que desde hace años lo bardean, dudan de que sea un grande, lo creen sin sangre en las venas. Los demás se jugaron todo, para demostrar que no dependen de un genio, que son grosos ellos también y que ponen todo el huevo y el corazón que haga falta. Sabella, con su pachorra y su falta de carisma demostró que se puede, porque a la hora de la verdad cuentan la inteligencia y el talento. No golean, no siempre gustan, no sé si darán miedo pero imponen respeto. 
Y los vemos ser felices. Es hermoso verlos disfrutar, abrazarse, contenerse, darse aliento unos a otros, bajar del micro cantando, gritar y llorar a más no poder cuando suena el pitazo final. De a poquito, paso a paso, fueron construyendo un sueño.

Ya decíamos que nuestra generación lo merecía. Pero con merecerlo no alcanza. Brasil siempre quiere ser campeón, siempre quiere ser más grande, inalcanzable... y quería lograrlo en su casa. Holanda tiene la sangre en el ojo porque no logran ser potencia mundialista a pesar de su poder. Alemania está cansada de mirar la final desde el tercer lugar. 
32 países llegaron con este sueño. 
Sólo 2 jugaremos la final. 

Hoy empieza a nacer una leyenda. Nuestra leyenda, la de nuestra generación. La leyenda de los pibes que se comieron la cancha. Messi cada vez más eufórico, hasta enojado, desesperado por ganar. Las definiciones de último minuto. Higuaín golpeándose el pecho cuando al fin logró su gol. Las lesiones de Agüero y Di María. Los chistes de Lavezzi a Sabella. Rojo despejando de rabona, metiendo un gol con la rodilla, haciéndole un caño a Robben. La sangre de Zabaleta jugando remendado la semifinal. Romero tapando dos penales. Y Mascherano... Mascherano, que nos hizo temblar de miedo cuando se desplomó en el campo, y que luego jugó como si nada hubiera pasado. Que organizó al equipo desde el principio, que defendió hasta último momento, que recuperó las pelotas que él mismo perdía. Y que le dijo a Romero la frase del año, de la década, del siglo: "Hoy te comés el mundo. Hoy te convertís en héroe".

No importa que enfrente esté Alemania. No importa lo que pase el domingo. No nos achicamos ante nadie.
Hoy se convirtieron en héroes.

[foto publicada en el Facebook de Javier Mascherano]
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[y porque creo que ya es hora de dejar de cantar sobre Maradona y Cannigia, acá mi sugerencia de actualización de la letra del hit mundialista.]

♬ ♬ Brasil decime qué se siente
QUE ARGENTINA ESTÉ EN LA FINAL
te juro que aunque pasen los años
nunca nos vamos a olvidar

QUE MASCHE SE DESMAYÓ
ZABALETA SE ROMPIÓ
QUE ROMERO DOS PENALES ATAJOOOO

A MESSI LO VAS A VER
LA COPA NOS VA A TRAER
ALEMANIA CEBOLLITA VAS A SEEEER ♬ 

domingo, 6 de julio de 2014

24 años después

Yo tenía tres años cuando Argentina salió campeón en el '86. Lo que sé y recuerdo de ese mundial es por todo lo que ví después, por lo que escuché y leí, por lo que me contaron.
Siete años tenía cuando Argentina llegó a la final en el '90. Recuerdo mirar los partidos, recuerdo el sufrimiento de los demás con los penales, recuerdo a las mujeres enamoradas de Goycochea (sí, también pasó en ese momento). Recuerdo, por supuesto, la canción del mundial. Algo que no alcanzaba a entender era por qué estaban todos felices cuando eliminamos a Brasil, si yo veía en la tele a la hinchada brasilera llorando por la eliminación y me sentía triste por ellos... Recuerdo que salíamos a festejar a la calle con cada triunfo, nos encontrábamos celebrando en el centro de Merlo con las maestras y con mis amigas de clase, gritábamos cantitos contra Brasil y contra Italia. Recuerdo la bandera alemana en el centro de la cancha al final del último partido, recuerdo a Maradona llorando. Y esa fue la última vez, hasta ahora, que llegamos a estar tan cerca.

Muchos dicen que la vida es eso que pasa entre mundial y mundial. Para muchos, una vida entera nos pasó entre semifinal y semifinal. 24 años. 24 años cantando que volveremos a ser campeones como en el cada vez más lejano 86. 24 años viviendo de glorias pasadas, viviendo del gol de Cannigia a Brasil, rememorando con una nostalgia tanguera las atajadas del Goyco. En aquella época Neymar ni había nacido, y sin embargo osamos cantarle que va llorando desde Italia hasta hoy, cuando su país, que recuerde, ganó el mundial dos veces después de eso... y nosotros nada.
A pesar de todo, cada cuatro años renovábamos la ilusión, nos esperanzaba el rendimiento de los jugadores en Europa, nos agrandábamos con los triunfos de las selecciones juveniles, se nos inflaba el ego nacional y creíamos que podíamos contra todos. Le cortaron las piernas al Diego, nos rajó Holanda en el 98, nos volvimos en fase de grupos en el 2002, nos bajoneamos con esos malditos penales contra Alemania y volvimos a sufrir sus cuatro puñaladas letales en 2010. No pasábamos de cuartos. De golpe, la ilusión acumulada se transformaba en frustración y en puteadas contra técnicos y jugadores. Volvíamos a mirar la fase definitoria desde afuera y quedaba en evidencia que no éramos tan buenos como creíamos ser. A seguir recordando glorias pasadas, cada vez más lejanas y más ajenas para los nacidos en los '80.

Entre todos los nenes que salíamos a festejar por los rincones del país en el '90 estábamos los que ahora vemos este Mundial sintiéndolo nuestro. Sintiendo que ahora podemos tener memorias propias y dejar de vivir de los recuerdos de nuestros padres y hermanos mayores. Todos esos nenes, que ahora tenemos un poco más o un poco menos de treinta años, tenemos nuestras vidas, nuestras profesiones, nuestros proyectos, algunos incluso nuestras propias familias e hijos, nenes tan chicos como éramos nosotros en aquellos momentos de esplendor deportivo. 

Entre esos nenes había unos pibitos que ni debían pensar que iban a dedicar su vida a un deporte que en ese momento sólo era un juego... ni en sus mejores sueños estarían tan felices como estaban ayer, celebrando en el estadio como si fueran un hincha más. Seguro ni imaginaban que nos estarían ilusionando a otros otra vez, hoy, veinticuatro años después. 



(fotos descargadas del Facebook oficial de Messi)

miércoles, 2 de julio de 2014

117 minutos

La noche anterior

Después de mirar la definición de Alemania-Argelia me preocupo. Todos pasaron sufriendo, incluso contra equipos que en principio podían parecer menos poderosos. Nadie la tiene fácil. Y sufren también los eliminados, claro. ¿Nos pasará a nosotros también? Empiezo a preocuparme. ¿Nos volvemos en octavos? ¿¡Contra Suiza!? Quiero dormir pero no puedo. La habitación está en silencio, doy vueltas en la cama, agarro el teléfono y me pongo a tuitear. Parece que no soy la única nerviosa. ¿Dormirán los jugadores? ¿Qué pensarán ellos? ¿Estarán confiados? No se agranden muchachos, que los partidos hay que jugarlos. ¿Tendrán miedo? Yo sí. No quiero perder. 

Por la mañana

Me despierto, abro los ojos enseguida (inusual en mí), y aún tapada por las frazadas les mando mensajes a mis amigas, con las que veré el partido, con cantitos y banderas. Decido poner música buena onda para bañarme y desayunar. Estoy feliz, contenta y animada. Meto en la cartera golosinas, una especie de vuvuzela que compré cuando empezó el mundial y nunca pude hacer sonar, y el muñequito de trapo blanquiceleste que me acompaña. Subo al bondi, sigo con mi música buena onda y arranco. 

Al mediodía

Bajo del bondi y veo gente desesperada buscando infructuosamente taxis, y negocios con cartelitos "Cerrado por el partido". Llego a lo de Bárbara cuando están por cantar los himnos. Siento una mezcla de nervios y ansiedad, parecidas a ese momento previo a rendir un examen final, con la única diferencia es que acá no puedo hacer nada... sólo ser testigo. No tengo cábalas. Las empanadas están en la mesa pero no puedo comer ni un bocado. Empieza mi proceso de transformación.

Mitad del partido

Me preocupo. Me enojo con el pesimismo de Mariel e ignoro las charlas de las chicas. Estupidizada miro la tele desde el borde de mi asiento y apretujo el muñeco de trapo. Como alguna empanada pero sólo porque está ahí. Hambre no tengo. Salto de la silla cuando pateamos al arco, gritamos todas juntas cuando los suizos se acercan o cuando Romero pierde torpemente la pelota. Trato de estar tranquila pero no puedo. No podemos estar cero a cero. No podemos empatar.

Final del segundo tiempo

Estoy sentada en una posición inverosímil y la tensión se acumula en mi cuerpo. Tengo calor, tal vez porque estoy al lado de la estufa, tal vez porque estoy a punto de explotar. Intento no pensar, no pensar en el alargue, no pensar en los penales, no pensar en que se pudra todo y quedemos afuera. Los ojos me pican y se humedecen: estoy al borde de las lágrimas. Me pongo dos dedos en el cuello y siento las palpitaciones: a mil. Cecilia se preocupa y me dice "no, Lau, cuidado, tranquila". Salgo al balcón.

Empieza el alargue

Desde el balcón del décimo piso de la casa de Bárbara respiro, no me importa el frío. El silencio es casi total. A lo lejos se escucha un auto. El cielo está algo gris. Respiro lento, trato de relajarme. "Di María se corre todo. Es aguantador, ya lo conocemos. Tiene pilas". Vuelvo a mi asiento, vuelvo a apretujar al muñeco, vuelvo a fijar los ojos en la tele, como todas. La sombra de la definición por penales aparece de nuevo. Otra vez no. El riesgo de que alguno pifie y lo lapidemos para siempre. El temor a los periodistas deportivos sentenciando "Con Tévez en la cancha esto no pasaba" o el cínico "Qué querés, si Messi no canta el himno". Las burlas eternas de los brasileros. No, penales no. En los cuartos contra Alemania me fui, no miré la tanda de penales. Rocío me dice "te fuiste y perdimos, así que si hay penales ahora te tenés que quedar". Tiene razón. Tendré que soportarlo estoicamente. Por favor, penales no.

Minuto 117

Dos de las chicas hablan y alguien las calla cuando Palacio roba la pelota. Sigo en el borde de mi asiento, apretujo el muñeco de trapo, no me paro. Cuando la tiene Messi y salta sobre el rojito ese que queda despatarrado sobre el piso abro más los ojos. Se puede, vamos que se puede. Qué hermoso que jugás, pibe (sí, ya sé, tenés 27 años, tenés un hijo, pero para mí sos un pibe). Al borde del final, se la pasa a Di María y renace la esperanza. Definición deliciosa. Antes de que la pelota entre, siento que se me aflojan las piernas, los hombros, los brazos. Una corriente helada nace en mi nuca y baja por la espalda. Siento que peso diez kilos menos. La pelota estalla contra la red.
Gol.
Gol, carajo.
Salimos disparadas del sillón y gritamos con más fuerza que nunca. Me abrazo con Mariel y con Aldana. Abrazo de gol. Saltamos. Abro la puerta del balcón y salimos a gritar. Somos miles. Agarro la vuvuzela y finalmente logro que suene. Retumba por toda la ciudad. 
Gol, carajo. Uno a cero. Siento que el festejo es eterno y temo volver y ver que el partido se dio vuelta. Pero no. Los jugadores también siguen festejando. 

Últimos cinco minutos

Se sufre, pero se sufre menos. El partido no termina más. La suerte que no tuvimos durante 120 minutos aparece ahora, cuando una pelota suiza pega en el palo y después se va. Era la sentencia de penales de nuevo, pero no: tres suizos se tiran al piso derrotados. Destruidos. Al borde de la eliminación. Siguen intentando, mirá vos, estos tipos tenían sangre en las venas. La puta madre. Otra falta, otra tarjeta, un tiro libre, y la reputa madre que esto se termine. Demoran más de un minuto en patear. Se hace eterno. Rocío sigue corriendo por la habitación. No quiere mirar. Que se termine. Patean, rebota en la barrera, pitazo final. 
Terminó. No hay penales. ¡No hay penales, pasamos sin penales! ¡¡¡¡¡¡¡¡Estamos en cuartos!!!!!!!!!!
Al balcón otra vez. Nos abrazamos, gritamos, saltamos, enloquecemos. 
Buenos Aires tiembla bajo nuestros pies.