lunes, 12 de enero de 2015

La Panza

Antes de que todo gire alrededor del niño, todo gira alrededor de la panza. Que la forma, que el tamaño, que los movimientos, que cómo dormir, etc... 

El embarazo es mucho más que una panza, aunque a veces lo sienta reducido a lo que pasa "ahí". El cuerpo entero cambia, y lo hace todo el tiempo: cuando te acostumbrás a usar siempre esa remera te deja de entrar, cuando te copás con el shortcito te engordan las piernas, la cara se te infla, el pelo cambia. El niño crece y la panza también, mientras el resto de los órganos que andaban por ahí tan felices y funcionales se aplastan y alteran. Todo se transforma y hay que dejarse transformar. 
De hecho, muchas veces la panza es lo último que cambia... durante mucho tiempo parece ser tan sólo un poco de hinchazón debida al tránsito lento. En esos primeros meses, en que una se está recién haciendo a la idea de su nuevo estado (a veces a fuerza de náuseas y cansancio), la panza ni se nota: los allegados la reclaman, quieren verla, piden fotos, como si sin panza el embarazo no fuera del todo comprobable. En la calle pasás desapercibida, nadie te presta especial atención, y en el transporte público hasta da vergüenza pedir el asiento (aunque es justo el momento más peligroso del embarazo y el asiento no es sólo una cuestión de comodidad sino también de seguridad). 

En algún momento, más tarde o más temprano, la panza "aparece". O, como me pasó a mí, cobra forma de "panza de embarazada" y no "panza de rollitos - kilos de más - estreñimiento - largá los postres". Ahí pasa a ser una panza tierna, socialmente aceptada, felicitada, admirada. En el transporte público ya cobra categoría de "panza dudosa": nadie se para al grito de "sentate querida por favor", pero si lo pedís amablemente no les queda otra que dejarte el lugar. En el mundo íntimo es un momento genial... en mi caso la aparición de la panza fue antecedida por la aparición de los movimientos del bebé. Suaves, aún imperceptibles para el mundo exterior, como una pequeña cosquilla o una gelatina interna. 

Finalmente, pasada la mitad del embarazo en mi experiencia, la panza pasa a ser una Alta Panza. Indudablemente hay un bebote ahí dentro. El niño en cuestión se estira, se mueve, nada por todos lados y se choca con las paredes de su pequeña y acuática casita. A veces hasta los demás se dan cuenta. En eso estoy ahora: lo siento moverse y me cuelgo, me olvido de los problemas del mundo y del calor (sólo por unos segundos) y me quedo fascinada con la situación, con la magia que transcurrió ahí dentro y que hizo que luego de millones de años de evolución haya podido convertirme en esta casa ambulante para mi niño que incluye temperatura regulada, delivery al instante de comida, comodidad y relajación... como estar en un all inclusive del Caribe. Eso es la panza para él. 

La panza crece, se estira, duele mientras lo hace, ocupa cada vez más espacio. La cuido con cremas aunque quede toda pegoteada. La elegancia (que nunca tuve en altos niveles) se vuelve una palabra ajena. Camino como pato, o como teletubbie, o como más o menos pueda. El equilibrio se altera, la percepción del espacio también (¿el marco de esa puerta siempre fue tan pequeño?), y ya es muy difícil estar sentada con las piernas cerradas o cruzadas: hay que dejar lugar para ella, la panza que todo lo puede y todo lo ocupa. Intento pararme después de estar sentada en ese sillón bajito y escucho en mi mente la canción de Misión Imposible.
El mundo exterior, mientras tanto, se fascina con la panza. Los conocidos le hablan, la tocan y saludan al bebé. A veces los desconocidos también, aunque aún no me pasó tanto es una situación extraña. "¿Te puedo tocar la panza?" te pregunta una vendedora después de haber metido mano (y no antes). Dan ganas de responderle "Y bueno, si me hacés un descuento o un 2x1 saludalo todo lo que quieras y si querés cantale una canción". Pero esbozás una sonrisa medio falluta y la dejás... En el bondi, el que te quiere dar el asiento se levanta de un salto y el que se hace el boludo queda muy en evidencia. En la calle es muy divertido pensar qué hay tras las miradas (miradas a la panza, obvio, entonces yo puedo mirar al mirón e imaginar lo que piensan): un nene le dice a la madre "miráaaa mamáaaaaaa qué panzaaaa!!!!"; una señora con dos niños de la mano te mira como diciendo "ay querida, disfrutá ahora que no sabés la que te espera"; una piba que aunque no quiera mira con los ojos muy abiertos, claro signo de "esta mina súper embarazada y yo con un atraso que me quiero matar la puta que lo parió". Y obvio algún señor que quisiera tirar un comentario grosero sobre mis tetas pero advierte la panza y se lo guarda. 

Ahora me falta la etapa más difícil: la panza XXL. Gigante, pesada, "sin poder con mi redondez" (palabras de amiga que acaba de ser madre). Si puedo sentarme frente a la compu , les contaré cómo es. Y si no, imagínenme enorme, despatarrada en el sillón esperando a que llegue mi marido para poder pararme, y esperando a que llegue el niño, todo se transforme a altas velocidades y la panza, esta de la que les hablo, pase a ser un recuerdo inolvidable.