viernes, 26 de junio de 2015

Aventuras en el transporte público

En la ciudad se viaja cada vez peor. No me vengan con innovaciones locas: los bondis están llenos, demoran cada vez más en venir, en el subte estás ensardinado y el tren tarda un huevo Ni que hablar si además estás embarazada y querés viajar en colectivo, o si estás con el bebé de este lado del mundo y tenés la alocada idea de moverte más allá de un par de cuadras de tu casa. Salir a la jungla urbana con la panza o con el pequeño es una gran aventura: la ciudad es un ecosistema no apto para pequeñitos.

Además, dentro de casa o en entornos familiares una está (o debería estar) bastante contenida y mimada. Pero puertas afuera pasamos a ser una embarazada más, o una mina con críos más. Y eso puede generar dos cosas: una inusitada ternura por parte de la gente que te va a dar charla (y para los que traer hijos al mundo es lo más maravilloso que puede haber), o malísima onda por parte de otros que se hacen los dormidos, los indiferentes o los contestadores (como si traer un hijo al mundo fuera una afrenta a su relajada y adulta vida). Una agradecería generar indiferencia, pero eso casi nunca ocurre. O sólo pasa en la zona roja de embarazadas, esa región por Facultad de Medicina y alrededores llena de hospitales, sanatorios y consultorios donde brotan las panzas en cada esquina y nadie se emociona con una gorda más.

Teóricamente, todos los colectivos y subtes tienen asientos reservados para personas con movilidad reducida: viejitos, discapacitados, embarazadas y gente con bebé a upa. En la práctica, estos asientos son usados por todo el mundo, lo que no está mal, por supuesto, siempre que al llegar una persona con prioridad pueda conseguir su lugar, lo que no siempre ocurre. De todos modos, lo peor es cuando esa persona-con-prioridad se encuentra con otra persona-con-prioridad. ¿Quién define quién tiene más prioridad? ¿A partir de qué momento del embarazo una mujer empieza a reclamar su asiento? ¿A partir de qué momento se considera que una viejita es una persona prioritaria?

¿Qué hacer cuando todos los asientos prioritarios están ocupados? Un duelo de miradas es la posibilidad, y se puede llegar a arengar a la multitud viajera para que termine de decidir. Llorar es otra opción, y más estando embarazada (ay, las hormonas). Gritar es otra, reclamar e indignarse por lo mal que está la sociedad (las viejitas seguro se suman en esta opción). Pero la más saludable es, a veces, dejar pasar el bondi y esperar que venga otro (cuando sos persona prioritaria aprendés a esperar más). Una buena opción es evitar las horas pico; pero no siempre se puede, en ese caso no queda otra que apechugar y mandarse en el transporte que corresponda. La opción de lujo es tomar un taxi, y en un punto te acostumbrás a considerar ese gasto como parte del presupuesto (total estás ahorrando en salidas nocturnas, en bebidas alcohólicas y en todas esas cosas divertidas que antes se llevaban tu dinero).

Muchas veces la gente es amable. Si el asiento necesario está ocupado se levantará sin chistar, o chistando muy bajito, y una agradece el gesto y todos viajan felices. La mayoría de las veces los amables y buena onda son los jóvenes, adolescentes que salen del colegio y que no tienen drama en ofrecer su lugar. Lo más probable es que en el asiento de al lado haya otra futura mamá o mamá reciente o una viejita, y que te den charla aunque no quieras. "¿De cuántas semanas estás?" "¿Va a ser nena o nene?" "Qué bonito, cuánto pesó al nacer?" "Qué lo parió, este gobierno de mierda que..." (nunca faltan!). Puede que hasta incluso toquen tu panza o la cabeza del nene. Juira!

En otros casos, la gente es mala onda. Me pasó una vez: en un 34 tuve que pedirle el asiento a una señora que viajaba con su hija de unos once años (ahí también nos preguntamos ¿hasta cuándo un niño es prioritario?); la mina me lo dio pero empezó a limarse las uñas parada al lado mío, con lo que toda su onicomugre caía sobre mi ropa (¡sobre mi camisa negra recién planchada!). Un verdadero asco. Me pasó otra vez: Los primeros cuatro asientos del 49 estaban ocupados por señoras mayores, pero en los dos restantes, mirando para atrás y al lado de la puerta, había un tipo de unos cuarenta años y su hijo de unos diez. Me acerqué, les pedí el asiento, exhibí mi panza de seis meses con ropa liviana de verano (o sea: se notaba)... nada... por favor, me dan el asiento... cri cri... ¿no me darías el asiento? ... miraban al piso, hablaban entre ellos. Al adulto ni siquiera se le ocurrió mentirme un esguince o un dolor de rodillas. Me fui al fondo del colectivo y le pedí el asiento a un flaco que iba re pancho escuchando música; mientras el bondi avanzaba perdía mi fe en la humanidad.

La fe en la humanidad me volvió unos días después, en un 114 cargadito volviendo de Devoto. Miré entre los asientos reservados y una señora con cuello ortopédico me dijo "vení, sentate acá que ya bajo". Mientras el bondi frenaba hice lugar para que pase la señora, y en ese interín de maniobras vino a toda velocidad desde el fondo una mina escurridiza, bajita, pensé que era una nena, a sentarse en "mi" asiento. "Chau, cagué", pensé, "a retomar la campaña y pedir otro lugar". Y en un segundo un señor que estaba parado la vio venir, la frenó tapando el camino cual patovica amargo y le dijo "MO-MEN-TI-TO. Este asiento es para la chica". La ciudad también está poblada de héroes anónimos.

Cuando el niño nace ya no hay que cargar sólo con la panza y la cartera, sino también con el niño enmochilado y el bolso lleno de cosas, tenemos una mano ocupada con la sube y otra sosteniendo la cabeza del bebé no sea cosa que se golpee. De a poco, con el pasar de los días y de los paseos, nos convertimos en esa mujer que antes nos parecía ajena: la mujer pulpo.

Cierro este post sobre aventuras en el espacio público (ampliamos un poco el territorio) con una mención especial para Las Viejitas. Esas simpáticas señoras que nos tocan la panza, nos hablan de todo en el viaje aunque no les preguntemos, a veces nos reclaman el asiento sin darse cuenta del bombo o del pibe, y le tocan la cabeza, la nariz y las patitas a nuestra querida criatura... Una tarde, saliendo del curso preparto, me paro en una esquina para cruzar la calle y una ancianita que pasaba frenó, me tocó la panza y me dijo "querida, mucha suerte con tu bebé" (?!). Y ayer nomás, mientras paseábamos en carrito por la calle, otra ancianita más ancianita que la primera caminó bastante hacia mí, me tocó del brazo, me hizo frenar y me dijo "Dale, mostrame a tu hijo". "Ahí, está, dormidito" le dije sin hacer contacto visual y a toda velocidad salí rajando. Y me convertí en otra persona, hasta ahora, totalmente ajena: la NoSeMetanConMiHijo. Guarda, parece una mina jodida.