martes, 22 de marzo de 2016

Un día como hoy

No necesito de Facebook para recordar que hace un año nos estábamos despidiendo de la panza y preparándonos para recibir al bebé. ¿Un año? Pero ¿cómo que pasó un año? Aun resuena en mis oídos la voz de la partera diciendo "ahí viene, ahí viene", y la bajada de la cortinita y verlo ahí, por primera vez, chupándose la mano, con sus cachetitos inflados. ¿Un año? Pero si aún tengo el cansancio de aquellos primeros días, esa sensación de "yo no voy a poder con esto, en qué me metí"... 

Y sí. Ya pasó un año. Hace un año pasábamos el último fin de semana antes del nacimiento de nuestro hijo. Mirábamos Game of Thrones, bailábamos al ritmo del reggaeton de los vecinos y nos indignábamos con el arquero de Boca quebrando a un rival. Esos días, desde el balcón veía los árboles del barrio ir poniéndose amarillos y caía en la cuenta, "ya está, ya llega el otoño, ya llega la fecha, ya viene el bebé". Vuelven a ponerse amarillas las hojas y me agarra la emoción de nuevo. Leo en el cuaderno de comunicados del jardín maternal la letra de una canción de bienvenida al otoño y me pongo a llorar... pensar que hace dos años arrancaba el otoño con malas noticias médicas y parecía que el bebé no iba a a venir nunca. Pensar que hace un año estaba por nacer y ahora ya estamos con la adaptación del jardín. ¿Pasó rápido o pasó lento? No lo sé, sólo sé que fue un torbellino y que estamos, un año después, con la emoción a flor de piel. Todo se mezcla: el cansancio cotidiano, el comienzo de las clases (de él y mías), el estrés del cumpleaños (y yo que me hacía la superada, "no me voy a poner nerviosa por el cumple de un año del nene", sí, sí, contate otro) y la emoción de recordar todo aquello. Lo miro dormir y no puedo creer que sea tan perfecto, lo escucho jugar con su papá y los ojos me brillan otra vez. 

Fue y es agotador, para qué negarlo, ya lo escribí muchas veces. Pero en ese agotamiento lo vamos acompañando: él descubre el mundo y nosotros lo re-descubrimos jugando en el pasto, aplastando bolitas de tierra, probando texturas y colores y dándole literalmente una mano para que empiece a caminar. Y acá, casi un año después del terremoto que sacudió nuestras vidas desde los cimientos, vamos haciendo equilibrio en esta aventura de andar juntos por el mundo. 

Seguiría escribiendo papelitos toda la tarde, pero me voy a preparar las bolsitas con sorpresa para el jardín (!!!) y a hacer todo lo que hay que hacer mientras el pequeño duerme su siesta. Gracias por leer a esta madre emocionada! :-)



martes, 1 de marzo de 2016

Solas

Matan a dos chicas en Ecuador. Dos mujeres que cometieron el terrible pecado de ser jóvenes y querer ser libres. Dos mujeres que estaban cumpliendo el sueño de viajar, de conocer, de adueñarse del mundo en el que viven, de desplegar sus alas. No las conozco, no las conocí, no sé mucho sobre ellas, no sé si estudiaban, si trabajaban, si dormían en hostels o en carpa, si se habían pagado el viaje ahorrando por años o si sus abuelos habían colaborado con plata para la aventura. No me interesa saber cómo estaban vestidas cuando las mataron. Si habían salido de noche. Si preferían ir a surfear a la playa bien temprano a la mañana. A los que se alimentan de sangre, tampoco: lo que importa es saber qué hacían sin "alguien que las cuide" en "un lugar tan peligroso". 

Dicen que estaban solas. No. Estaban juntas. ¿Y si hubieran estado solas, qué? ¿Si se hubieran separado al menos por un rato, una para ir a comprar comida mientras la otra se daba un baño? Resulta que por ser mujeres no podemos andar acompañadas de otras mujeres. ¿Por ser mujeres no podemos movernos solas? Viajar solas es peligroso. Esperar el colectivo es peligroso. Tomar un taxi es peligroso. Ir a trabajar es peligroso. Salir a bailar es peligroso. ¿Nos quieren disciplinar con el miedo? ¿Quieren que nos quedemos en casa todo el día? Tampoco es garantía de seguridad, porque ¿cuántas mujeres son lastimadas por sus parejas, esos hombres que supuestamente nos aseguran cuidado y protección? Nos enteramos todos los días de una historia distinta: una joven argentina a la que matan en una playa de Uruguay, una pareja de francesas a las que matan en un paseo en Salta, una chica de Palermo asesinada por el portero de su edificio, otra piba que vuelve en taxi y abusan de ella, una adolescente asesinada por el pibe con el que salía porque había quedado embarazada, otra que aún con todos los cuidados posibles es acuchillada en un café de Caballito... El primer victimario es el asesino, el violador, el abusador, el que creyó que tenía derecho al cuerpo y a la vida de esa mujer. El que esperemos que sea juzgado y castigado en consecuencia. El segundo, el que nos quema la cabeza, es el discurso que los justifica. El "algo habrán hecho" aplicado al género. "¿Pero vos qué hiciste para que te peguen?" El tercero, la justicia que revictimiza. Quieren inocularnos el virus del miedo, para que no nos animemos ni a respirar. Quieren que seamos mujeres sumisas, hijas obedientes, novias entregadas, esposas devotas, madres sacrificadas, consumidoras activas de todo lo que implique cuidado.

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Viajar es maravilloso; yo nunca me canso de explorar. Me encanta conocer lugares nuevos, sacudirme los prejuicios, perderme en una ciudad, charlar con gente de otras tierras, en otro idioma, o tal vez conocer una rutina totalmente opuesta a la nuestra... Viajar en pareja es hermoso, muy romántico, muy divertido. Es lindo compartir buenos momentos de un viaje en familia. Viajar con amigas, ni hablar. Pero viajar solas también está buenísimo. Es una experiencia totalmente diferente, muy recomendable para hacer al menos una vez en la vida. Movernos por un lugar sin negociar con nadie, depender de las ganas propias, del propio cansancio y del de nadie más. Darse más espacio para conversar con gente nueva. Conocerse mejor a una misma. "¿Pero vos la dejas ir sola?" le preguntaron a mis padres cuando, a los 27 (!!!!!) años, me fui a Guatemala. 9 años después de la mayoría de edad y aún creían que necesitaba pedirles permiso. "Pero, estás casada y tu marido te dejó venir?" me han dicho en México cuando viajé, sola, ya pasados los 30. En pleno siglo XXI, como si el acta de matrimonio fuera cederle una "patria potestad" a la persona con la que me casé. Claro que seguro mis papás estuvieron preocupados por mi seguridad, pero eso porque es parte de ser padres y de preocuparnos por nuestros hijos. Claro que con mi marido nos extrañamos. Pero es cierto que a nadie se le ocurre preguntarle a un hombre que viaja si le pidió permiso a sus padres o a su esposa para salir un rato de su casa. A un hombre que explora el mundo y, por caso, sufre un asalto o un delito violento no se le dice "víctima propiciatoria". No se lo juzga porque se lo merecía. No se mira si su camisa estaba demasiado desabrochada o si dejaba ver el elástico de su boxer por arriba del jean. Pareciera que al universo le molestara la existencia de mujeres andando por ahí, trabajando, viajando, disfrutándose a sí mismas. ¿Qué hacemos con todo esto? ¿Nos recluimos? ¿Dejamos de salir a la calle, andamos sólo cuando hay luz y movimiento, viajamos siempre acompañadas, nos tapamos de pies a cabeza, dejamos de decir nuestras opiniones? Para estar seguras, ¿tenemos que dejar de vivir? ¿De qué nos serviría? ¿O este es el "precio" que hay que "pagar" por esta idea loca de las mujeres de valernos por nosotras mismas? Lo que molesta es que seamos libres. Lo lamento, pero les va a seguir molestando.