lunes, 4 de diciembre de 2017

Preguntas apuradas sobre formación docente de una docente en constante formación

Preguntas apuradas sobre formación docente de una docente en constante formación

Es el primer domingo de diciembre, aunque por el clima y por la intensidad de los últimos días parece más bien un atardecer de otoño. Los profesores de la ciudad estamos en pleno cierre de notas y final de cuatrimestre; en este contexto, nos encontramos con la insólita situación de ponernos en alerta por el proyecto de cierre de los Institutos de Formación Docente de la Ciudad de Buenos Aires. Nos enteramos en los últimos días de noviembre, primero por los medios y después por redes sociales, de la propuesta unilateral del Ministerio de Educación porteño de crear una “universidad docente” para “jerarquizar” nuestro trabajo y ¿absorber? ¿eliminar? ¿volar de un plumazo? los institutos públicos gestionados por el Gobierno de la Ciudad: las escuelas Normales, el Joaquín V. González, el Alicia Moreau de Justo, el de Educación Especial... y tantos otros. Estos son los espacios donde se formaron nuestros profesores (maestros y maestras de inicial y primaria, docentes de idiomas, de materias de media, psicopedagogos, maestros especiales, traductores, profesores de educación física...), donde estudian quienes quieren dedicarse a la docencia, donde trabajamos día tras día miles de profesionales. ¿Nos consultaron? ¿Nos invitaron a participar? ¿Nos explicaron de qué se trataba el proyecto? Nada. Cero. Sólo pudimos responder una encuesta falaz y tendenciosa que circuló por todos lados (twits promocionados, redes sociales, encuestas telefónicas y hasta publicidades en apps de juegos) “¿Estás de acuerdo en que la formación docente pase a ser universitaria?” Da lo mismo que responda un especialista en educación, un estudiante de profesorado o un bot. SI/NO. Una falsa dicotomía. Una truchada. Una forrada.
Estallaron las aulas, las salas de profesores y los grupos de Whatsapp. Sentimos que no podemos quedarnos callados ante semejante situación. Estudiantes, docentes y autoridades empezamos a dialogar, por todos los canales posibles, tratando de romper el silencio y el temor que nos generó el baldazo de agua helada de la noticia. En un contexto adverso y tras el cansancio de un año intenso de trabajo y de reclamos, el tema nos agarra con la guardia baja. Pero aún así las redes y los puentes se tienden, y tratamos como podemos de explicar y difundir lo que pasa. Cada uno desde su lugar y con sus capacidades. Este pequeño aporte es más bien una catarsis, es volcar en palabras la angustia que genera esta situación: el peligro que corren nuestras fuentes de trabajo y las trayectorias formativas de nuestros alumnos, el ninguneo a nuestra experiencia y trayectoria. Cuando digo “nuestra” no hablo sólo de mí, sino del recorrido de estas instituciones que quieren cerrar y de la trayectoria de quienes trabajan y estudian en ellas.
Antes que nada, me parece cuestionable la dicotomía en la que nos quieren meter, en la que basan todo su proyecto: “jerarquizar” sería dejar de ser terciarios para pasar a ser universitarios (o sea, ¿mejores? ¿con más exigencia? ¿con más años de cursada?) El debate no puede ser “terciarios no / universidad sí” o “terciarios sí / no a la universidad”. El debate debería ser en torno a cómo mejorar la formación docente (inicial y continua) y a cómo combatir la falta de profesores en la ciudad. Y para esto, hay que demostrar que se conoce el enorme sistema actual, con sus fortalezas y sus debilidades. Pensar en “terciarios sí, universitarios no” o al revés nos pone a la defensiva, cuando en realidad hay tanto por mejorar y proponer. Pero no sirve una participación falsa (encuestas en redes) o convocatorias apresuradas y excluyentes (jornada de pocas personas con el proyecto ya cocinado). Se necesita diálogo, se necesitan días de debate en todas las comunidades educativas involucradas, se necesitan mecanismos para elaborar propuestas concretas para tratar de mejorar entre todos. Recién ahí, habiendo escuchado a los que formamos parte de estas instituciones, deberían elevarse proyectos a la Legislatura y al Congreso Nacional, debatir en comisiones, escuchar a los actores involucrados y luego, finalmente, votar. Para todo esto se necesita tiempo. Lo trabajamos en las escuelas, en las clases de formación ciudadana, en el trabajo cotidiano: así debería funcionar una sociedad democrática.
Pensaba seguir el texto hablando de mi trayectoria personal, pero en realidad no viene al caso mencionar los puntos más importantes de mi CV. Alcanza con decir que para ejercer la docencia es necesario algo que muchos olvidan, que dejan a un costado cuando los maestros y profesores estamos en el centro de las discusiones (en febrero y marzo, en las paritarias, con el inicio de clases): para estar al frente de un curso [del nivel que sea] es requisito indispensable un título de grado (terciario o universitario), una certificación que nos habilita legalmente para ejercer la docencia. Si hay quienes ejercen sin título es justamente por la falta de docentes, porque hay más cursos que profesores, pero así y todo son estudiantes avanzados del profesorado. Claro que el papelito no garantiza que sepamos dar clases. Pero es necesario, fundamental, indispensable... y no reconocido salarialmente. ¿Cómo puede ser que haya graduados [terciarios o universitarios] que invirtieron años y dinero de sus vidas estudiando que cobren salarios por debajo o apenas por encima de la línea de pobreza? ¿Qué mensaje da esto a la sociedad? ¿Realmente les asombra que falten docentes? ¿Realmente piensan que si faltan docentes es porque es una profesión “terciaria” y “desprestigiada”? Para ejercer como profesores en los Institutos de Formación Docente, además, pasamos por procesos exigentes de selección de antecedentes, donde competimos con nuestros currículum vitae cargados de antecedentes (carreras de grado, posgrados, cursos, artículos publicados, congresos, experiencia docente, etc. etc. etc.), donde pasamos por entrevistas ante jurados y presentamos proyectos de trabajo. ¿Realmente consideran que no estamos en condiciones de realizar un trabajo de calidad en la formación docente?
Acá vuelvo a hablar de mí para comentar algo que aprendí en los últimos años. Si bien mi recibo de sueldo acusa menos de cuatro años de antigüedad docente (de esa que podemos certificar y llevar de un lado para otro y nos garantiza, con el paso de los años, un pequeño porcentaje extra de sueldo), tengo casi diez en ejercicio (en universidades privadas, en secundarios, en seminarios y materias de la Universidad de Buenos Aires, en cursos de extensión). Recién llevo tres años trabajando en el sistema de formación docente de la Ciudad de Buenos Aires. La gente que conocí allí es increíble y aprendo de ellos todos los días: profesionales con muchos años de clase y horas de aula encima, profesores de prácticas, colegas de distintas disciplinas (psicología, didáctica, ciencias naturales, matemáticas, letras, juego, música, educación sexual, teatro, ciencias sociales, educación, filosofía) que estamos ahí con el objetivo común de formar maestros. Las ideas y proyectos aparecen todo el tiempo. Es realmente estimulante ir a trabajar cada semana. Estar allí me hace reflexionar todo el tiempo sobre mi tarea docente en esa y en otras instituciones. Los y las alumnas participan, piensan, interpelan, preguntan. No siento que los formo a ellos sino que me formo con ellos: el aprendizaje es constante. Sería genial que funcionarios, legisladores, comunicadores y especialistas que crucen las puertas de los IFD y vean cómo se trabaja allí. Que les pregunten a los estudiantes cuáles son sus necesidades, qué necesitan para aprender mejor. Tal vez no necesiten una “universidad de prestigio” sino mejores condiciones de cursada, más turnos y aulas, más becas para poder hacer sus prácticas sin tener que trabajar afuera, vacantes para que sus hijos puedan ir a la escuela, acercar los IFD a los barrios en lugar de alejarlos hacia una mega-archi-súper-universidad que les queda a horas de viaje y les hace imposible la cursada.
“Universidad de prestigio”, escribo, y me pregunto qué piensan por prestigio, si creen que el prestigio se consigue poniendo un sello en un papel, emitiendo una ley que crea una Universidad de Prestigio para Docentes del Futuro y así, efectivamente, por arte de magia, la ciudad se llenará de prestigiosos docentes muy requeridos por un sistema educativo floreciente... y prestigioso. El prestigio se gana y se construye, día a día, trabajando y colaborando para que cada vez más gente vea en la tarea docente una profesión deseable. Eso es lo que hacen los IFD de la ciudad, todos los días, en algunos casos desde hace más de un siglo. ¿Para mejorar hay que destruir desde la raíz y fundar todo desde cero? ¿Es esa realmente la manera?
En resumen... En estos días estuve masticando bronca pero también preguntas. Ante todo, ¿Quién dijo que los profesores que estudiamos en universidades estamos más “jerarquizados” que los que estudiaron en terciarios? Mi salario como profesora en media siendo de la UBA es el mismo que el de un egresado del JVG o de cualquier otro terciario, y está bien que así sea: nuestro trabajo es el mismo y nos corresponde igual remuneración por igual tarea. ¿Quién dijo que trabajar en la universidad es mejor que trabajar en un terciario? En mi caso particular es al revés: en la UBA soy ad-honorem y en el terciario cobré desde el primer día. Sin contar que el docente universitario queda por fuera del Estatuto del Docente (¡caramba! Será este un efecto no deseado de esta revolución educativa, o realmente apuntan a eso?) Para crear el proyecto ¿Se compararon tasas de graduación de institutos terciarios y de profesorados universitarios? ¿Se compararon las poblaciones y las condiciones sociales de cada uno? ¿A qué clase de alumno apuntan? ¿A un estudiante de 19 años de clase media, recién salido del secundario, con el apoyo de sus padres y que no trabaja? ¿O a estudiantes de más de 25 años, con familiares a cargo, que trabajan, que en muchos casos están en contextos desfavorables? ¿Se hicieron esa pregunta? Las carreras propuestas, ¿serán de cuatro años o más? Las clases, ¿se dictarán en un solo edificio o en varios? ¿Qué ocurrirá con el patrimonio edilicio de los profesorados? ¿Cómo se gobernará? ¿Cómo será su estructura interna? ¿Quién elegirá a los decanos, a los jefes de departamentos, a los cordinadores, a los rectores? ¿Ya tienen definidos los planes de estudios y los diseños curriculares de las carreras? ¿Habrá materias optativas y seminarios como los Espacios de Definición Institucional que actualmente cada terciario diseña para sus planes de estudio? ¿Por qué no generar más convenios de articulación con las universidades ya existentes: licenciaturas para profesores, profesorados para licenciados, ingenieros, técnicos, posgrados para todos? ¿Por qué el proyecto se presenta a las apuradas, de manera autoritaria, sin instancias reales de debate y participación? ¿Por qué no se convoca a la enorme comunidad educativa de las instituciones terciarias de la Ciudad? Y en un contexto más amplio: ¿qué está pasando con las Universidades Nacionales? ¿Qué ocurre con su financiación? ¿Cómo considera este gobierno (en sus instancias nacionales y locales) a la Ciencia, la Técnica y la Educación? ¿Y a la Formación Docente continua? Viendo el contexto del Conicet, del Infod, de las universidades nacionales, de las escuelas de la ciudad y de los terciarios, no podemos más que preocuparnos.
Las preguntas siguen. El diálogo también. Somos muchos los que estamos en alerta. No crean que porque es diciembre apagamos nuestros cerebros. Los terciarios estamos de pie.








miércoles, 9 de agosto de 2017

Un paseo por el super

En el episodio de hoy: Madre e hijo de 2 en el supermercado.

- Fabri, dame la tablet, vamos a pasear
- No!
- Dale, hijo, vamos. Damela - pequeño llanto. Me ve con la campera y las llaves en la mano y se le pasa. - Vamos, que en un ratito volvemos. Si te portás bien, vamos a la plaza.
- Mhm! - afirma con la cabeza.
- Bajás caminando?
- Mhm!
Baja la escalera de la mano, camina media cuadra de la mano, vamos, qué éxito. A mitad de cuadra se queda parado y me mira. Hay que darle cuerda, hay que cantar. Cantamos "Despacito" para caminar despacio, y luego 1, 2, 3! A correr!!! Corremos. Frena de golpe. Despacito otra vez. A correr. A saltar los obstáculos. La cuadra es larga. Pasamos por la puerta de un colegio secundario y se quiere meter.
- No, Fabri, este es un colegio para grandes. No hagas berrinche, vamos.
Para cuando llegamos al super ya estoy agotada.

- Qué bueno, hay descuento en yogures.
- Wiiiiiiiii! - Grita contento como si entendiera.
Es hora pico en el Día%. Mucha gente. El niño se escabulle mientras miro la letra chica de la promo. Meto los yogures en la bolsa y lo persigo.

Compro las galletitas y la yerba con total tranquilidad. Siguen los éxitos, todo va bien. Vamos al sector fríos. Se quiere meter en la heladera. Reviso la fecha de vencimiento de la bandejita de carne y lo corro de nuevo.

Verdulería.
- Fabri, me ayudás a meter las papas en la bolsa?
- Mhm, pa-pa.
- Papas, sí. - Agarro la bolsita. Fabri agarra la primer papa. Pienso "ah, qué emoción, le estoy enseñando cómo comprar las papas". Mete la cuarta papa con mucho ímpetu, la bolsa se rompe, las papas ruedan. Fabri "wiiii yuipiiiiii" salta re contento y aplaude a las papas rodantes. Buscar otra bolsita, hacerle un nudito, volver a empezar.

Vamos a pagar. Hay mucha gente. Nadie me ofrece pasar antes. El niño es suficientemente grande para meter papas en bolsas, ya no merecemos pasar antes. Sector juguetes. Revisa, pero por suerte no pide. Sector golosinas.
- Fabri, elegí una golosina y después la comés.
Agarra los Rocklets. Me los trae. Vuelve y agarra dos paquetes de M&M mientras señala los turrones. Waaaaa Fabri pará. 
- Esto no, dejalo donde estaba.
Primer berrinche. Se le pasa cuando le doy sus Rocklets y le digo que espere a pagar. Entonces se va corriendo para la salida, para el extremo de la caja donde se supone que ya se pagó, con el paquetito de Rocklets en la mano. Dejo la bolsa en el suelo y lo persigo. Lo traigo a upa. Dale hijo, copate que falta poco, no te sientes en el suelo que es un asco. Empieza otro berrinche. Ya casi nos toca pagar. Pone los Rocklets en la cinta y se quiere ir corriendo para la puerta. Atajo al niño. 
- Hay que esperar un ratito para comer los Rocklets, paciencia que mamá tiene que pagar.
- Tenés tarjeta Día%?
- Sí, acá está. Fabri! Vení para acá! Te pago con débito, puede ser?
- Dale. Bolsita?
- No, gracias. Fabrizio dejá eso que está sucio. 
Pip, pip, pip, pasamos para el otro sector. Embolsar mientras miro que el niño no salga corriendo ni vuelva adentro del super ni se manotee algo ni regrese a buscar los M&M que no le compré ni me afanen la billetera mientras voy mirando cómo va la cuenta.
- Vos compraste milanesas?
- No, cerdo. Digo, ese carré de cerdo.
- Ah, pasame la bandejita. Mirá, se habían cobrado $1300 unas milanesas.
- ¡¿Qué?! Fabri, no salgas. Dejá de tocar las puertitas. Bueno, dale, tocá las puertitas. Contá los números de los lockers. Se hizo el descuento de las milanesas?
- Sí, sí.
Hijo se escabulle hacia las góndolas, entrando al súper de nuevo. Lo corro mientras pasan los últimos productos. Ya ni chequeo si alguien se los lleva. Dejo la billetera arriba de mi bolsa. Vuelvo con hijo a upa. Firmo el ticket con una mano mientras con el otro brazo lo sostengo a upa. Dejo los Rocklets a mano para que los coma en el camino de regreso. Reviso si tengo tarjeta, DNI y tarjeta Día% mientras la que venía atrás mío me empujaba para ir embolsando y ella, a su vez, le decía a su hijo [que a mí entender estaba re tranquilo] "no te traigo más eh! qué hinchapelotas estás!" 
- No se olvide sus tickets de descuento señora
- Ah, cierto, gracias! - No sé ya con qué mano los agarro, si las tengo todas ocupadas.
 
Ni chequeo a ver si se hizo el descuento de los yogures.
 
Volvemos. 
- Querés caminar, Fabri?
- No!
- Querés ir a upa de mamá?
- No!
- Bueno, muchas opciones más no hay.
Lo llevo a upa. Entramos al barrio y lo bajo para que camine. En cada encrucijada de caminos hacia los edificios va señalando cada dirección posible, como cuando mira Dora la Exploradora. En cada esquina le tengo que preguntar "vamos para acá o para allá?" Señala los caminitos correctos. Qué orgullo. Llegamos a la puerta del edificio. Mientras abro DÓNDE ESTÁ FABRIZIO?! Se metió atrás de una columna. Quiere jugar a las escondidas. Ay, dale hijo matame de un susto. Lo busco, se ríe, se vuelve a esconder, se vuelve a reir. No lo niego, es divertido. Pero no doy más. Entramos al edificio. Decime por favor que vas a subir las escaleras caminando y no a upa.
Le doy la mano. Subimos. En cada descanso señala los números de los departamentos y los dibuja en el aire. Yo aprovecho para recuperar el aliento. 

Llegamos al departamento. Corre a jugar con sus autitos. Le doy sus Rocklets mientras guardo las cosas. No doy más. Me tiro en el sillón. Recuerdo que le había prometido ir a la plaza, y recuerdo que me había prometido a mí misma no romper las promesas que le hiciera a mi hijo. Por suerte todavía no reclama. Viene en silencio, me sonríe y me mete un rocklet en la boca. 

Casi dos años y medio. Ternura y cansancio en partes iguales.
 
 


domingo, 14 de mayo de 2017

Leyendas

A veces escribimos para neutralizar al olvido. Para retrasarlo un poco. Para fijar ideas que de otro modo se nos escapan. A veces, usamos aniversarios para recordar con intensidad cosas que en otros momentos recordamos sin detenernos mucho.


viernes, 24 de febrero de 2017

¿Cuánto cuesta trabajar?

    Tuve colgado el blog bastante tiempo, pero eso no significa que no haya estado pensando nuevas cosas para escribir. Las ideas siempre vuelan, lo difícil es darles forma, tener el tiempo de calma para volcar el pensamiento en un texto. El año pasado casi no hubo ratos libres, y esos ratos libres eran fuera de la compu. Logramos establecer una rutina (rutina, palabra tan mal vista a veces, pero tan necesaria para poder organizarnos con el trabajo y la familia sin colapsar): mamá se va temprano al trabajo, papá lleva a hijo al maternal, papá va a trabajar, mamá retira a niño al mediodía, tarde juntos madre e hijo en casa, papá llega a la nochecita, jugar, comer, bañarse, mirar dibujitos, dormir (rutina que nunca se cumplía al 100%, pero al menos nos daba una guía, una hoja de ruta para movernos de lunes a viernes). Ni hablar cuando esa rutina se alteraba por algo: una reunión fuera de horario, un hijo con fiebre, una jornada familiar en el jardín... a sincronizar agendas y hacer malabares, nuevamente.

    Siempre me gustó pensar historias, ver gente por la calle y preguntarme dónde iban, cuáles serían sus secretos, sus proyectos, sus frustraciones, imaginar diálogos y peleas. El año pasado, en cambio, cada vez que me cruzaba con alguna persona empujando un carrito o cargando con mochilas, luncheras y bolsones de pañales, mi pregunta era la misma: ¿Cómo hacen? ¿Cómo hacemos? ¿Cómo hacen las demás familias? ¿Cómo hacen las otras mamás para organizarse? ¿Trabajan? ¿Dejan de trabajar? Esa persona que empuja el carrito ¿es la mamá, la niñera, la abuela, la tía? ¿Cuántas familias tienen repartido el trabajo doméstico y el trabajo fuera de casa entre ambos padres? ¿Cómo hacen las mujeres que [por decisión o por la fuerza] se ocupan de todo solas? ¿Cuánto impacta la maternidad en nuestras profesiones, en nuestras carreras, en nuestra economía? La pregunta se repetía en grupos de madres o en charlas con amigas: ¿Cómo hacemos?

    Y caí en la cuenta de una pregunta que nunca antes me había hecho: ¿Cuánto cuesta trabajar? ¿Cómo repercuten los hijos en nuestra economía familiar? ¿Cuál es el costo emocional y físico, además del económico, de trabajar afuera? Antes de los hijos, el “costo” de ir a trabajar era: cuánto sale el viaje de ida y vuelta, cuánto sale el almuerzo y cuánto aportamos para el café del office. Ahora, a todo eso, se suma: ¿cuánto sale pagarle a alguien para que lo cuide? ¿Cuánto está la cuota del maternal? ¿Conviene o no la licencia sin goce de sueldo? ¿Me rinde más llevar al nene enfermo en taxi a reconocimientos médicos o que me descuenten el día? Muchas veces, la pregunta final es: ¿Conviene trabajar o quedarse en casa?

    Una vez, leyendo un texto de marketing (les debo la fuente, estaba ayudando a mi hermana a preparar una materia empresarial), veía que las franjas que más consumen son las parejas de clase media sin hijos: ambos con trabajo, dos sueldos, gastos de esparcimiento, viajes, salidas. El cambio en el consumo de “pareja de clase media con hijos pequeños” era brutal: tal vez ya no hay dos sueldos, y además de más bocas en la casa que alimentar y más cuerpos que vestir, llegan los gastos del colegio, materiales didácticos, uniformes o guardapolvos, y alguien que los cuide. (Dejo afuera a las familias con muchos recursos, que pueden tener ocho hijos y un ejército de niñeras atrás. Y las familias con muy pocos recursos, cuyo nivel de consumo está lamentablemente restringido más allá de la subsistencia, aunque muchos de los malabares económicos también las incluyen). El contraste entre el grupo-sin-hijos y el grupo-con-hijos es notable, tan notable que es el que lleva a muchas de las parejas del primer grupo a decidir quedarse ahí: son los DINKS, “Double Income, No Kids” = Dos ingresos, sin hijos. Más dinero para repartir entre menos gente. Con la llegada de los hijos, entonces, hay que decidir qué hacer: ¿Trabajamos los dos y gastamos en cuidado? ¿Uno de ambos padres reduce su horario de trabajo [y sus ingresos]? ¿Nos ayuda la familia? Nuevamente, la pregunta, “cómo hacemos”. La gran mayoría de las veces, la que reduce su horario de trabajo, o la que directamente deja de trabajar, es la mujer. Las licencias no ayudan: el hombre que se convierte en padre tiene 2 días de licencia, mientras que las mujeres tienen tres meses. La licencia por paternidad es ridículamente breve: en el caso de una cesárea, la mujer aún no fue dada de alta del sanatorio y el hombre ya tiene que reincorporarse al trabajo, o pedir vacaciones o francos o etc. para poder quedarse unos días más. Y esa división del trabajo se profundiza cuando el hijo va creciendo, aunque ya haya pasado el puerperio, la lactancia sea menos frecuente, etc.
    El sitio Economía Femini(s)ta también nos aporta datos, que indican que el embarazo y la maternidad son una complicación en el mercado laboral. “Según la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del INDEC, la tasa de actividad de las mujeres se reduce sustancialmente (de 54% a 39%) a medida que hay más niños y niñas en el hogar y la brecha –la diferencia entre participación de varones y mujeres- se duplica (de 15% a 33%).” (http://economiafeminita.com/maternidad-y-mercado-de-trabajo-escenario-y-posibilidades-en-nuestras-luchas-por-la-igualdad/) Una de las conclusiones a las que arriba el artículo dice que “lo cierto es que nuestra sociedad está ordenada en términos de leyes y estructuras que no facilitan que las mujeres puedan compatibilizar fácilmente el trabajo en el hogar con el trabajo en el mercado, restringiendo las opciones de las mujeres –y de sus familias-.”

    ¿Cuáles son estas opciones? Van surgiendo a partir de la pregunta incómoda: cuánto me cuesta trabajar. La respuesta es: si tenés hijos, en especial chicos chiquitos, trabajar te cuesta mucho. Si ambos padres se dedican a trabajar, alguien tiene que cuidar a los chicos, siendo las posibilidades:
    a) la familia extendida→ abuelos y abuelas (en general, abuelas, nuevamente mujeres sobre las que recae el trabajo doméstico), tíos, tías, familiares que, más allá del amor y el cariño que sienten por nuestros hijos, están dedicando tiempo de sus vidas a cuidar un niño ajeno.
    b) una (o varias) niñeras → es una opción cara, ya sea full o part time, que muchas veces está fuera del alcance del presupuesto porque el salario de esa niñera equivale al que ganamos afuera. Además, es difícil conseguir gente de confianza, que entre a nuestra casa, comparta con nuestros hijos, se lleve bien con ellos y tenga disponibilidad horaria. Hay capítulos de Friends y de How I Met Your Mother sobre graciosas búsquedas de niñeras. En How I Met... termina siendo el abuelo materno quien cuida al niño, y en Friends, creo que al final se reparten entre niñeras, abuelas y tías (todas mujeres, no sea cosa que Ross vuelva a sufrir porque un hombre cuide a su hija).
    c) jardín maternal estatal → son escasos, muy escasos. En la Ciudad de Buenos Aires, los maternales de gestión estatal son pocos, y sabidas son las dificultades para conseguir vacantes. Las comunas que menos jardines maternales tienen son la 9 (Liniers, Mataderos y Parque Avellaneda, con 4 maternales públicos), la 2 (Recoleta, 5 jardines), la 15 (Parque Chas, Villa Crespo y Chacarita, 5 jardines) y la 6 (Devoto, Villa del Parque y Villa Gral. Mitre, 6 jardines) (Datos de http://www.buenosaires.gob.ar/areas/educacion/establecimientos). Para paliar esa falta, el Ministerio de Desarrollo Social gestiona los 62 Centros de Primera Infancia (CPI), que ofician como pseudo-jardines por fuera (al costado, digamos) del sistema educativo y de su regulación. (http://www.buenosaires.gob.ar/desarrollohumanoyhabitat/consulta-de-establecimientos)
    d) jardín maternal sindical o de la empresa → en algunas empresas, y en distintas reparticiones estatales, hay jardines para los hijos de los empleados y empleadas. A veces también son gestionados por los sindicatos para sus afiliados. Suelen tener cuotas accesibles y cercanía, si no al domicilio, al lugar de trabajo de uno de los padres. En ciertos empleos, ante la falta de jardín “propio”, se paga un “plus por jardín maternal”, que de todas maneras no alcanza para cubrir la opción siguiente...
    e) jardín maternal privado → también son caros. En Buenos Aires dependen mucho del barrio, y de la más cruda oferta y demanda. Si en la zona no hay jardines, es más caro. Si en el barrio hay muchas oficinas y padres trabajadores, es más caro, etc. No suelen tener subvenciones. Algunos colegios grandes abren la salita de 2 ya con cuotas más accesibles, pero hasta ese entonces uno se acomoda como puede. La cuota de un maternal puede equivaler a una maestría en una universidad privada top.

    En este panorama, en muchos casos, los números no cierran. Y comienzan los malabares financieros y organizativos para congeniar maternidad, paternidad y trabajo. ¿Cómo hacemos? Conozco ejemplos de todas estas opciones, hay tantas posibilidades como diversidad de familias, mujeres y trabajos.

* Madre y padre trabajan todo el día, y requieren de niñera, jardín jornada completa, red familiar (rentada o no) o una combinación de las tres. Hay doble ingreso, sí, pero el costo del trabajo es alto.
* Madre que reduce su carga horaria, trabaja part time, y cobra en función de eso: más tiempo en casa, menos sueldo; el cuidado se reparte también con niñera, familiar o jardín. Algunas profesiones lo permiten, la docencia es el mejor ejemplo. No por nada es una profesión tan feminizada.
* Madres que deciden renunciar a sus empleos porque no les rinde. El costo de trabajar es demasiado alto. Pero no todas están en condiciones de hacerlo. En algunos contextos y en algunas familias, mantener ambos salarios es fundamental.
* Madres que empiezan a trabajar desde su casa, en alguna profesión que lo permite, o emprendiendo un pequeño proyecto de trabajo manual. Admirable, para mí, que siempre fui un queso y me fundiría en dos minutos haciendo tortas, decoración, costura u otros oficios que requieran cierta destreza.
* Madres que dejan de trabajar por un tiempo, que deciden volver al ruedo cuando los chicos son un poco más grandes, y que cuando lo intentan encuentran un mercado muy distinto al que abandonaron años antes (véase The Good Wife, por ejemplo, donde Alicia vuelve a trabajar como abogada tras años de dedicarse puramente a la familia. En ese caso fue porque el marido estuvo involucrado en un escándalo sexual, no lleguemos a tanto!)
* El trabajo repartido entre ambos padres, donde se divide de manera más o menos equitativa la carga horaria entre el trabajo del hogar y afuera de casa (aunque no necesariamente ambos ganen lo mismo).
* El más difícil para mí, el que aún no comprendo cómo hacen → las madres solas (solteras, o separadas, o divorciadas, o viudas) que se encuentran casi sin ayuda ante la tarea de criar a los hijos. Trabajo, crianza, cuidado... y muchas veces con un padre totalmente borrado que no aporta una moneda. Malabaristas permanentes, con una carga emocional extra.
   
    Dejé de lado los aspectos subjetivos, que por supuesto también inciden en estas decisiones: no es (solo) una cuestión económica. Muchas familias deciden trabajar menos para compartir más tiempo con los hijos, en su primera infancia, y es una opción tan válida como todas las demás. También hay mujeres, cada vez más, que conociendo (o imaginando) todas estas dificultades deciden no tener hijos, porque prefieren priorizar sus carreras profesionales. Hay quienes las tildan de egoístas. En mi opinión, son sensatas. Saben que hay que poner una pausa, a veces muy larga, en un mundo del trabajo donde entrar y permanecer cuesta cada vez más.
    También veo muchas miradas de reojo y con recelo: “trabaja demasiado porque no le interesan los hijos y compensa con muchos regalos” o “qué dejada, abandona todos sus sueños por criar pibes”. Tras esas frases está la nube negra que nos persigue: hagamos lo que hagamos, no falta el que opina sobre nuestras decisiones familiares, reproductivas y personales.
    Sabemos que esta disyuntiva entre familia y trabajo es fundamental en las mujeres, pero no así en los hombres. Dudo que en una entrevista laboral a un hombre soltero de unos 30 años le pregunten si está en sus planes ser padre pronto.
    En fin... trabajar y tener hijos, en las condiciones actuales, es EL tema a resolver; el tema que cae como balde de agua fría cuando el niño ya nació y tenemos que decidir cómo/quiénes/dónde cuidarlos (cuántas angustias, sumadas al descalabro hormonal y a la falta de sueño de las primeras épocas!) Es un problema que cada familia resuelve más o menos como puede (familia nuclear, familia ampliada cuando involucramos a tíos, abuelos y primos lejanos en el cuidado). Pero es también una cuestión económica y política: arrojarla puramente al ámbito privado es lavarse las manos. Es parte fundamental de las luchas de las mujeres por la igualdad. Y pensar que el problema es que “ahora las mujeres quieren trabajar cuando les corresponde estar en la casa” es, a esta altura del partido, insostenible.