Hace cuatro años
empecé este blog a manera de pequeño proyecto personal, de espacio
donde compartir historias (reales o inventadas, propias o ajenas) y
donde matar un poco el tiempo. Sin quererlo se convirtió en un
diario de viaje y, en simultáneo, en un diario de maternidad. Pero
no es un blog de viajes ni un blog maternal, con algo de cuentos y un
poco de educación. No me interesa promocionarlo ni especializarlo ni
volverme influencer. Me interesa compartir.
Hoy comparto una
sensación agridulce que me acompañó durante el mes de febrero: el
adios al jardín maternal. ¿Pero cómo adios, si hace dos años
escribía esto?
Allá lejos quedan las dudas iniciales, maternal sí o no, dónde lo
mando, el “casting” de jardines, las entrevistas y
averiguaciones. Un poco más acá, aquellos primeros días, el caos
de horarios de la adaptación y los nervios. De a poquito se fue
instalando una rutina que se volvió agotadora y disfrutable en
partes iguales: preparar la ropa, la vianda, revisar el cuaderno de
comunicados, conseguir los materiales que nos pedían, comprar la
fruta o las galletitas. Llevarlo y traerlo, disfrutar la caminata de
ida en las mañanas por el parque y padecerla los días de lluvia sin
suficientes manos para cubrir todo. Primer año en carrito, segundo
año en colectivo. Primer año compartiendo una mega siesta después
del jardín, segundo año de negociar upa o caminata en la subida por
la escalera. Primer año de llanto desconsolado cuando subió al
escenario en el acto final, segundo año de llorar de emoción al
verlo feliz saltando con sus compañeritos y maestras en la fiesta de
cierre.
Durante todo febrero
volvió al maternal para el último mes de colonia de vacaciones.
Entre feriados, demoras en las obras del jardín, ausencias por
fiebre y otras delicias cotidianas, febrero se hizo mucho más breve
de lo que ya es. Y acá estamos, guardando para siempre el
guardapolvo pequeño y la mochilita de tela. Llorando, como no podía
ser de otra manera, mientras preparo la ropa para empezar un nuevo
año en un nuevo lugar. Es difícil escribir sobre el maternal sin
volverme cursi, pero realmente es impagable la tranquilidad de saber
que dejás a tu hijo en un lugar donde se queda contento. Él tal vez
no recuerde los nombres de las maestras que lo recibieron cuando aún
no caminaba, ni reconozca las caras de quienes fueron sus
compañeritos cuando crezcan. Pero sí, esas son las personas que lo
acompañaron durante desayunos, almuerzos, siestas, juegos y bailes
durante dos años. Que lo aplaudieron cuando dijo sus primeras
palabras y con quienes aprendió a compartir.
Ahora nos espera una
nueva aventura. Nos pidieron que en la mochila llevemos una cajita de
pañuelos descartables, pero yo compré dos: la otra va en mi
cartera. Supongo que el inicio de clases me va a emocionar tanto como
la despedida del maternal.
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