miércoles, 18 de marzo de 2020

Puerperio

Escrito hace una semana. Recién ahora estoy con ganas de sentarme frente a la computadora para editar y revisar. La urgencia del confinamiento por pandemia altera todos los planes, e incluso nuestra nueva y pequeña rutina. ¿Publico igual? Sí... pandemia y puerperio se superponen. En eso estamos.

Madrugada. Quiero escribir, quiero dejar salir las ideas. Pero no me da el cuerpo. Aún me cuesta levantarme. La beba llora y el padre le cambia el pañal. Me siento en el borde de la cama y logro prenderla a la teta. Se calma. Vuelve el silencio. Miro el reloj, 2 de la mañana. Hago la cuenta de cuántas horas dormí. El corpiño se moja. Al terminar, voy a la cocina a buscar agua y comida. Chequeo la habitación del hermano mayor. Duerme tranquilo. Mejor, mañana madruga para ir al cole. Miro dormir a la beba. Está en posición fetal. Las manitos en su cara, como se veía en las ecografías. Hace unos días todavía estaba así, dentro mío. En ese espacio que ella habitó ahora hay tirones, dolores, ruidos. Todo vuelve a su lugar. El proceso cuesta. Me arde la herida. Me cuesta ir al baño, pero voy. Me cambio los apósitos, las pérdidas siguen. La miro dormir y lloro. Miro el reloj, ya son más de las 3. Mejor vuelvo a la cama. 

Meconio. Apósito. Calostro. Pezonera. Protector mamario. Entuerto. Loquio. Puerperio. Las palabras que rodean a esta etapa son sonoramente feas. Debería ser un indicio. Me siento mal, siento que de golpe me cae una tonelada de cansancio encima. No debería quejarme, todo salió bien. Los cuidados valieron la pena y la bebé nació súper sana. La cesárea fue linda, dentro de lo lindo que puede ser ir al quirófano. Fue tranquila. No temblé tanto. Estuve siempre con ella en la internación. Los temores se fueron disipando y salimos de alta muy bien las dos. La leche bajó rápido. "No debería quejarme", pienso, "todo salió bien", y sin embargo acá estoy haciendo catarsis, con algo de culpa, porque me quejo de llena. Hay gente que lo pasa peor, es cierto. Pero tampoco estoy en un allinclusive del Caribe. Me pongo algo egoísta, también tengo derecho a quejarme. Es que el cuerpo me molesta y, aunque me recupero rápido, me canso rápido también. 

No tengo paciencia. A duras penas me alcanza la paciencia para mis hijos. Me enojo más fácil que nunca, contesto mal a la gente que me rodea y que me ayuda. Lloro porque no tengo más paciencia, deberían incluir muchas dosis de paciencia en el plan materno infantil. Tengo que hacer trámites. Sacar turnos. Organizar la agenda de visitas médicas. Las mías. Las de hijo mayor. Las de hija menor. Tramitar el documento. Tramitar la credencial de la obra social. Revisar qué pasó con la autorización pendiente. Cordinar horarios con marido. Sigo anotando cosas en la agenda. Alguien se refiere a mi licencia como "vacaciones". JA. 

Ya lo pasé una vez. Sé que pasa, pasa como pasó el embarazo, como pasaron las náuseas, la acidez, el dolor de espalda y las contracciones. Pasa como pasaron también las partes lindas, esas que sí fotografiamos, donde lucimos la panza, las que compartimos, las instagrameables. Sé que pasa y que me voy a sentir mejor, pero hay que atravesarlo. Me ayudaron todos, desde la familia cuidando y acompañando al flamante hermano mayor, hasta las enfermeras que me explicaron todo y me fueron dando claves para la recuperación. No sé cómo hacen las que no tienen ayuda. Mientras escribo esto me pica la garganta y toso. No quiero toser porque me hace doler la panza, pero toso igual. Tomo conciencia de cada parte del cuerpo que molesta. Se me hinchan los pies, la vejiga se infla, los gases molestan, el útero se deshincha, las tetas se llenan. Ya se tiene que despertar la beba. 

Escribo en cuotas, cuando puedo. Planifico a qué hora bañarme, no quiero estar sola en casa cuando lo hago por si me siento mal, todavía me cuesta. Necesito que marido me haga de enfermero y cambie las gasas de la herida. Pero en el medio algo pasa, y luego otra cosa, y el baño que sería a las diez termina siendo a las dos, y me doy cuenta que me olvidé de tomar el analgésico porque todo duele de nuevo. 

Se despierta y jugamos mientras la cambiamos, lo más rápido posible, no sea cosa que se moje en el cambiador. Le hablo aunque recién está descubriendo todo y no entiende qué le digo, "correte para acá, movemos este bracito, estiramos la pierna", como si lo fuera hacer. Pero ahí vamos. Empezamos a comunicarnos. La agarro a upa y huelo su cabecita. Tiene un olor embriagante. Acaricio sus cachetes como tanto soñamos cuando la veíamos en las ecografías. Se prende en la teta. Tengo que lavar este corpiño, mejor busco una babita limpia, a ver cómo la acomodo para que no se caiga. Con una de sus manitos se sostiene la mandíbula. Con la otra, me doy cuenta, me está acariciando. Vamos conectando de a poco. Nos comunicamos como podemos. Viene hijo mayor medio dormido. "Qué bueno que estés mejor, mamá". Lloro otra vez. En mí llanto hay preocupación, me siento mal porque él estaba preocupado por mí; hay agradecimiento; hay miedo; hay orgullo, culpa, cansancio, enojo, dolor y felicidad a la vez. 

Nos toca salir a la calle. Llevar a la beba al pediatra es mi primer paseo post parto. Me peino, me maquillo un poco, me vuelvo a poner el collar que me saqué antes de internarme. Cuando lo veo en el botiquín recuerdo el momento en que me lo saqué, justo después de hablar con mi marido y decirle que me venga a buscar, que parece que hoy es el día, que tenemos que ir a la guardia, que creo que rompí bolsa. Me miro en el espejo mientras agarro el collar y me emociono. Arreglarme de vuelta para salir me devuelve un poco a mí misma. El paseo me agota, y eso que anduve poquito. El ruido de la calle me abruma. Quiero volver a la calma del hogar. Pero llego y estoy tan cansada que tampoco la disfruto. 

"Dormí cuando ella duerme". No me sale. Pero de algún modo en la madrugada, entre teteada y teteada, me brotan las ideas y necesito escribir, más que dormir. Nada de lo que digo es nuevo. Seguro estoy plagiando a alguien. Solo escribo para sacarme ideas atragantadas mientras transito esta etapa, para exorcisar. Y pienso en la lista de las compras. Faltan pañales, gasas, apósitos, y más chocolates para cuando ataco la heladera a cualquier hora. 

Segundo paseo: damos vuelta por la ciudad. Llevamos al mayor al colegio. Vamos al sanatorio a ver a mi médico. Me sacan los puntos. Hacemos compras. Todo me emociona, se me aflojan las lágrimas. Pasar por los lugares donde pasé embarazada, ver los lugares donde tuve miedo, alto riesgo, medir el azúcar, pesarme, pesarla, ir a la guardia, repetir estudios, infectóloga, volvé mañana, sacá otro turno... la intensidad de las últimas semanas quedó atrás. Fue hace poco pero fue hace otra vida. Lloro de nuevo en cada paso del camino.

La vez anterior recuerdo que escribí: siento que me rompí toda y ahora me tengo que reconstruir otra vez. Ahora me siento parecido, pero más leve. El segundo puerperio es tal vez menos intenso pero más caótico. Ahora no me rompí toda, ahora quedé algo machucada y tengo que volver a acomodarme. El puerperio pasa. La beba queda. La vemos dormir, la vemos abrir los ojos, vemos a nuestros hijos crecer. Lloro de nuevo, la emoción cubre todo.