lunes, 6 de julio de 2020

Preescolar a distancia


    El tiempo vuela, dicen muchos, pero yo creo que el tiempo corre distinto según aquello de lo que estemos hablando. ¿El período del jardín de mi hijo? Pasó volando. ¿Este tiempo de cuarentena? Este tiempo no termina más. Hace dos años y unos meses escribía en el blog la despedida del jardín maternal. En ese momento afrontamos en familia la aventura de empezar un nuevo jardín, con nuevas familias, nuevos compañeros y nuevos horarios; un colegio más lejano a casa y un espacio compartido con mucha más gente. Atravesamos los desafíos que se fueron presentando, y aquí uso a propósito la primera persona del plural, porque intentamos acompañar cada paso y afrontar cada dificultad entre todos: él, obviamente, siendo el protagonista, pero también sus docentes y nosotros desde el rol de papás. 
    
    Durante este verano 2020 nuestro hijo esperó con ansias la llegada de las clases: volver a ver a los compañeros, conocer a la nueva maestra, encargar los buzos de egresaditos y retomar una rutina en un espacio que le resulta familiar, en el contexto especialísimo del nacimiento de su hermana. Cuando estaba internada con la bebé de sólo horas me llegaron las fotos de su primer día de clases, abrazado a su maestra y a sus amigos, acompañado por sus abuelos. Se me caían las lágrimas de emoción por la llegada de ese momento y un poco de frustración por no haber podido acompañarlo, pero con la tranquilidad de saber que en otras fechas especiales sí podríamos estar con él. La rutina escolar duró unos pocos días; luego los tiempos se aceleraron, yo aún no estaba recuperada del todo de la cesárea y ya habíamos tenido que reconvertirnos al homeschooling.
    
    Por la superposición entre licencia y cuarentena, la "educación a distancia" me agarró más del lado del alumno que del lado docente. Belén escribió sobre el vínculo entre familia y escuela desde su lugar de maestra, pero esta vez (y por tiempo limitado) estoy del otro lado. El desafío de la educación-remota-obligatoria-y-apurada se repitió en muchos hogares no sólo del país sino del mundo. Siento que estamos en una especie de experimento global donde nadie sabe muy bien qué quiere, qué resultados se buscan y cuánto tiempo durará la experiencia. Las desigualdades se acentuaron: para conectarnos necesitamos tener necesidades básicas satisfechas, abrigo, alimento, trabajo, dispositivos, conectividad, tiempo y espacio. En casa contamos con todo eso, pero afrontamos, al igual que el resto, la tarea en soledad: todo el resto de las redes de contención y crianza están caídas. No hay abuelos, niñeras, tías ni amigos más que por video llamada. No hay contacto con el mundo exterior. 
"Cuando hay Coronavirus no podemos tocar nada cuando salimos", "El Coronavirus vino un día y cerró los juegos de la plaza y la calesita", "Cuando se vaya el Coronavirus va a venir mi maestra y mis compañeros a tomar la merienda a casa", son algunas de las frases que me tira desde marzo. "Ya falta menos para volver al jardín, como dice mi profe. ¿Cuándo volvemos?" me pregunta, y me parte el corazón no saber qué responder.
    
   La escuela se metió de lleno en casa y la casa de las maestras y la nuestra quedaron conectadas. Ahora no sólo sabemos sus nombres, también los de sus hijos, podemos ver quiénes son más desenvueltas ante la cámara, quiénes contestan los mails a la medianoche porque seguro es el  único momento en que pueden hacerlo, quiénes tienen patio, cómo decoran su living y hasta qué tipo de mate toman. En nivel inicial (y estimo que en primario pasa lo mismo) la conexión no es directa entre docente y niños, como pasa en el aula. Sí o sí tenemos que intervenir los padres, leer sus propuestas, entenderlas, explicarlas a los chicos, convencerlos de que las hagan, intentar documentar las actividades para poder mandarlas a los profesores, conectarnos y conectarlos al Zoom o al Meet para participar de los encuentros virtuales, y tenemos el poder de censurarlas, ignorarlas o modificarlas sin que nadie nos diga nada. Nadie estaba preparado para esto: ni los docentes para "dar clases" de esta forma, ni los padres y madres para ayudarlos con esta intensidad, ni nuestras casas para convertirse en aula y oficina sin dejar de ser hogares. ¿Cómo garantizamos los derechos de los estudiantes de este modo? 
    
    Y en medio de todo eso están ellos y ellas: los chicos y chicas que tienen sobredosis de padres, sub-dosis de maestras, ausencia casi total de pares e inexistencia física de las otras actividades que también los convocan (clubes, talleres, etc.) Hace casi cuatro meses que nuestro hijo no interactúa con otros niños, más que con su hermanita bebé que le devuelve sonrisas, o con algún pibe a lo lejos en las salidas recreativas del fin de semana. Sabe que no puede acercarse, pero desde lejos les grita "hola" y ellos y ellas responden con la mano. A sus compañeros los ve por pequeños grupos, cada tanto, en la pantalla. Recuerda sus nombres, los saluda y conversan un poco. Y eso es todo. Media hora semanal, con suerte y viento a favor. Los pocos amigos con los que interactúa siempre están con su papá o su mamá, y él también. No hay desayunos compartidos, no hay juegos en el patio del jardín, no hay siesta en las colchonetas, no hay mesa para compartir el almuerzo ni espacio para convidarse galletitas en la merienda. No hay cumpleaños, ni toboganes, ni golosinas, ni baile, ni partidos de fútbol, ni peleas, ni reconciliaciones, ni notas en el cuaderno de comunicados para reuniones de padres, ni salidas al teatro, ni actos escolares. No hay espacio donde puedan estar solos.
    
    Una noche de cuarentena vemos Capitán Fantástico, donde el personaje de Viggo Mortensen decide criar a sus siete hijos en medio de la montaña, alejados de la civilización. Cultivan y cazan su alimento, fabrican artesanalmente lo que necesitan, entrenan al ritmo de atletas olímpicos y estudian, estudian y estudian. Por circunstancias especiales tienen que salir de su aislamiento y reconectarse con la civilización. Y ahí demuestran que, más allá de ser excelentes académicamente, no pueden socializar. No pueden conectarse con el otro. Ni con sus primos, ni con sus tíos, ni con la chica que conocen en el camping. No puedo evitar pensar en nuestros hijos e hijas en este contexto. Es exagerado, lo sé. Podemos llevar el homeschooling al extremo, buscar diseños curriculares, videos, tutoriales, estrategias, materiales didácticos y dedicarle horas a nuestros niños en el hogar. Podrán aprender a leer, a escribir, a contar, a dibujar y a hacer experimentos científicos. ¿Podrán socializar, o serán como los hijos de Capitán Fantástico, aptos para Harvard pero no aptos para charlar con otros pares? 
    
    ¿Y qué pasa, mientras tanto, con los niños y niñas que no tienen tiempo, espacio, dispositivos, un ambiente familiar propicio, salud y GANAS de dedicarse a todo esto? ¿Qué pasa con aquellos que están al borde del sistema, aquellos que encontraban en la escuela el último refugio antes de quedar completamente afuera? ¿Qué pasa con aquello extra-curricular que nos da la escuela? ¿Con esa otra mirada extra-familiar sobre los chicos? ¿Con el alimento, con la contención, con la posibilidad de escapar de los problemas de casa o incluso con la posibilidad de buscarle una solución a esos problemas? 
    
    La escuela es necesaria. No sólo para "dejar a los chicos mientras trabajamos", aunque ese también sea un rol importante. ¿Quién cuida a nuestros hijos mientras teletrabajamos? ¿Cómo se organizan los padres-y-madres-trabajadores-esenciales en este contexto donde no tenemos ni niñeras ni parientes que ayuden ni escuelas ni jardines? ¿Acaso se cuidan solos? La escuela es necesaria; no sólo para aprender, aunque estemos intentando enseñar a distancia entre docentes reconvertidos en youtubers y padres reconvertidos en docentes, aunque estemos entre todos intentando suplantar esta actividad esencial. La escuela es necesaria para abrirle a los niños, niñas y adolescentes un universo entero de experiencias, de posibilidades, de conexión con el otro, de inspiración, de amistad y también de enojos, de rebeliones, de protestas. La escuela es necesaria para salir del hogar, del círculo íntimo y familiar. Es salir al mundo.
    
    Cada noche desde hace más de cien días mi hijo me dice que extraña el jardín. También lo extrañamos los padres, también nos hace falta. Necesitamos un poco más de jardín, necesitamos cerrar la etapa haciendo algo más que saludar por Meet y apretar el botón de "abandonar conversación".