miércoles, 23 de abril de 2014

La tecnología, los viajes y yo: una relación fallida

Uno podría pensar que una chica tan moderna como yo (?) está siempre al tanto de las últimas novedades tech, que baja las últimas apps de viajes en su smartphone, que se conecta al wifi en todos lados y tuitea desde lo alto de la torre Eiffel subiendo fotos a Instagram. Pues no. Nada más lejos que eso. No solo soy bastante analógica (dame un mapa de ruta y tirá a la basura ese GPS) sino que además, cuando sí tengo tecnología, pueden pasar dos cosas: o atrasa cinco años, o la pierdo. O ambas.

Papelón tecnológico, acto 1


Nos vamos con novio de vacaciones a Mendoza, verano de 2004. Ya existían las cámaras digitales, pero todavía convivían con las analógicas; nosotros teníamos una de estas últimas. Después de unos cuantos días de recorrida nos dirigimos a la excursión de Alta Montaña: un paseo que te lleva desde la ciudad de Mendoza hasta la frontera con Chile, recorriendo la precordillera, parando en Uspallata para desayunar y luego adentrarse en la majestuosa Cordillera de los Andes... cada curva revela un paisaje increíble y literalmente no dan los ojos para ver todo. En el primer mirador bajamos de la combi y cuando voy a sacar la primer foto... ¿y la cámara? ¿la tenés vos? ¿Dónde está? Buscamos por todos lados y la cámara no aparecía. Estaba en uno de los lugares más lindos de Argentina y no podía sacar fotos... ahí pasaron el Puente del Inca, el Aconcagua, las alturas del Cristo Redentor... una vez pasado el mal humor empezamos a disfrutar del recorrido, pero qué bronca.
¿Y la cámara? Ahí, en Uspallata, cagándose de risa. La habíamos dejado cuando desayunamos. Al regreso paramos a preguntar y la encontramos. Pero los paisajes fotogénicos ya habían quedado atrás.

Este verano volvimos y, ya con cámara digital, me cansé de sacarle fotos a esos paisajes. Por suerte, diez años después, las montañas seguían ahí.

Papelón tecnológico, acto 2

No aprende, Laurita no aprende. Sale de viaje sola por primera vez fuera del país, y ya tiene cámara digital. Es 2008, todavía usa cybercafés en el viaje pero no los visita mucho, hay que hacer rendir la plata que con tanto esfuerzo juntó. Así que nada de perder tiempo subiendo fotos a Facebook, sólo manda unas pocas fotitos por mail a la familia. [abandono la 3° persona porque ya parezco el diego]

Llevaba quince días recorriendo México y llegaba al momento más fantástico del viaje: ir a Chichén Itzá a ver el fenómeno del equinoccio en la pirámide principal (aquí está bien explicadito de qué se trata el asunto). El recorrido turístico en micro sale tempranito de Cancún, pero antes de llegar al sitio hace una parada en el cenote Ik-Kil, donde turistas de todo el mundo (principalmente yanquis) se tiran a nadar. Yo ya había estado en ambos lugares tres días antes, pero el equinoccio es el equinoccio así que vamos de nuevo. Nadar en el cenote es maravilloso, y hacerlo dos veces es mejor aún. Los placeres de la vida... 
Al salir del agua corro al vestuario, me cambio a las apuradas para no perder el micro y quedar varada rodeada de gringos. El micro recorre unos cuantos kilómetros hasta que me doy cuenta que la cámara... la cámara no está. SE ESFUMÓ. Otra vez lo mismo. Déja vu, pero sola y lejos de casa. Y SIN HABER HECHO BACKUP.
Pedí ayuda, llamamos de nuevo a los administradores del cenote, "si aparece te avisamos". En Uspallata recuperé la cámara. Pero no puede ocurrir dos veces el mismo milagro. Mi cámara digital nueva y con mil fotos de todo México quedó ahí, en el vestuario del cenote. Un verdadero sacrificio a los dioses.

¿Cómo terminó el asunto? Compré una cámara "automática" en Chichén Itzá, usé el resto del viaje la cámara de rollo de la anécdota 1 que había llevado por las dudas, los amigos que conocí en el viaje me compartieron montones de fotos que son mi recuerdo de los primeros días... y a la hora del equinoccio se desató la furia de Chaac sobre el sitio, y una flor de tormenta nos empapó. Y sin sol no hay fenómeno de luz y sombra que funcione. Perdí la cámara, perdí las fotos, perdí el equinoccio fantástico. A mucha gente le dije "la cámara me la afanaron". No podía, además, perder mi dignidad.

Papelón tecnológico, acto 3.

Cuando fui a Guatemala aprendí la lección. Mi tecnológico novio (que quedó en Buenos Aires) ideó un sistema para que yo pudiera cargar mis fotos directamente en su computadora; todos los días buscaba un cybercafé [2010 y seguía yendo a cybercafés] y uplodeaba las fotos ahí; backup permanente. Podía perder la cámara pero no las fotos. Qué sistema tan genial.
Pero ahí me dí cuenta que con cámara digital no alcanza. Hacia el 2010 los cybercafés ya eran una especie en extinción, así como las compus libres en los hoteles. Todo era zona wifi. Incluso en el curso en el que participé era de las únicas que tomaban apuntes en cuaderno... Nota mental: vuelvo a casa y ahorro para una notebook. 
Pero tampoco alcanzaba con la inexistente notebook. También viajé sin pendrive. Cuando el profesor te dice que te pasa todas las presentaciones en powerpoint que usó en clase, te das cuenta que necesitás un pendrive (la memoria de la cámara cumplió con dignidad su rol de almacenamiento de ppts). Cuando vas a una biblioteca y te encontrás con un bibliotecario copadísimo que te ofrece montones de archivos más que útiles en .pdf, necesitás un pendrive (acá la memoria alcanzó su límite). Como conclusión, terminé corriendo a la librería más cercana a comprar muchos CDs para archivar todos los hermosos archivitos que me ofreció el bibliotecario. La dignidad tecnológica se quedó, de nuevo, en casa.


Moraleja: si viajás por laburo, no te olvides la notebook, netbook, tablet, smartphone o lo que sea. Ni el pendrive. Los cybercafés son algo muy raro, las zonas wifi abundan y por más acostumbrado que estés a lo analógico, lo digital se impone (Soy de esa generación criada en lo no-digital pero que se acostumbró a estar hiperconectada, así que estoy con un pie en el siglo XX y con otro en el XXI, sepan comprender). Hay que viajar bien equipado, no queda otra. Y no olvidarse los cargadores. Y hacer backups de las fotos.[Los menores de 25 años y/o viajeros frecuentes se cagan de risa de esta moraleja, pero bueno, hay que recordarla]

Moraleja 2: si viajás conmigo, NO ME DES LA CÁMARA. 

domingo, 6 de abril de 2014

Mañana voy a verte

Mañana voy a verte.
Mañana nos vemos, vamos a encontrarnos, vamos a volver a cruzarnos, como tantas veces. Mañana me saludarás con un beso, y al hacerlo pondrás tu mano sobre mi hombro, como hacés con todo el mundo, todo el tiempo. Te correrás a un costado y seguirás con lo tuyo. Mi hombro enviará una señal de piel de gallina al resto del cuerpo y una especie de frío correrá por mi espalda. Seguramente diga alguna tontería para romper el hielo. Minutos después, eternos para mí, fugaces para el resto, nos separaremos, y el beso de despedida no será tan luminoso como el primero. Te irás conversando con alguien y yo quedaré ahí, entera como siempre, y sin embargo un poco más vacía.

Mañana voy a verte.
Le pediré a mi mamá que me ponga la mejor remera, la más linda, que me regalaron y que nunca uso, sólo en ocasiones especiales. Todos los jueves a la tarde son mi ocasión especial. La maestra lo sabe, pero vos no. Diez minutos antes de salir ya estaré listo y radiante, y será tanta mi alegría que no podré enojarme, aunque quiera, con mamá cuando salga apurada, cuando no le arranque el auto, cuando me diga que la espere porque se olvidó algo. No quiero llegar tarde, me daría vergüenza llegar a la clase y que estén todos ahí, y que la maestra me señale, y que me mires en mi torpeza. Me pondré mi mejor remera aunque no servirá de nada, porque llegaré temprano y me sentaré en el fondo, porque no podrás ver cuando sonrío cada vez que levantás la mano para responder algo, porque sólo te miro de lejos, aunque recuerdo todos los detalles de tu cara, tu pelo, y del movimiento de tus manos, como si te tuviera cerca todos los días.

Mañana voy a verte.
Nos vemos de lunes a viernes, de nueve a cinco, pero mañana voy a verte de verdad. Me miro al espejo esta noche y me siento más linda que nunca, con una seguridad que otras veces desconozco. Pienso en cómo tiene que estar mi pelo, en la prolijidad de mis manos, en el maquillaje de mis ojos y en el cuello de la camisa. Voy a mirarte fijo cuando estés hablando, e intentaré decir algo inteligente y espontáneamente ensayado. Camino por mi casa, como si fuera mañana cuando esté saliendo de la sala de reuniones y me mires alejarme; cuando sea uno de esos pocos minutos en que siento tu mirada sobre mí, minutos en los que sé que ocupo gran parte de tu pensamiento, hasta que vuelvas a ocuparte de la oficina, de las reuniones, del colegio de los chicos y del regalo de aniversario para tu mujer. Mañana voy a verte y mañana vas a verme, me aseguraré de que lo hagas.

Mañana voy a verte.
Llegarás a la facultad tarde, corriendo como siempre, y te sentarás en el lugar vacío que habrá al lado mío. Con indiferencia y de reojo, abriendo tu cuaderno, me comentarás lo caótico del tránsito, lo que tardó el subte y la cantidad de gente que había. Yo sentiré tu perfume y perderé el hilo de la explicación, no entenderé ningún ejercicio y, menos aún, entenderé cómo vos sí captás todo como si la matemática estuviera dentro tuyo. Pensaré en pedirte ayuda para estudiar pero sé que sería absurdo, que seguro no podrás, que tenés vida además de la facultad y que seguro saldrás con tu novio o tus amigas, con algún plan mejor que explicarle las cosas más básicas a un idiota como yo. Lo pensaré, pero no lo diré nunca. No valdría la pena, sería peor, me hipnotizarías, y te frustrarías por intentar explicarme mil veces sin que yo entienda, como no entiendo nada ahora mientras trato de estudiar, como no entenderé nada mañana porque te sentarás al lado mío y me habrías dirigido, finalmente, al final del cuatrimestre, por una vez la palabra. 

Mañana voy a verte. 
Ya pienso en qué contarte, en llevarte las novedades de la familia, en decirte que los chicos pasaron de grado y además les va bien en inglés. Mañana podré contarte que fui al médico y que me encontró igual que siempre, que me prohibió las comidas de siempre, que me mandó las mismas pastillas de siempre a la misma hora de siempre. Mañana podré contarte que me compré una nueva tele para mirar desde la cama, y no podrás creer que ahora haya tres teles en una casa donde hace cincuenta años apenas había una radio. Mañana me abrumarás con recuerdos del pasado, con pavadas, con pensamientos que jamás se me habría ocurrido que tendrías. Me hablarás de gente que no vemos hace décadas, y te mostrarás indiferente ante los avances en inglés de los chicos, aunque si estuvieras bien habrías sido vos misma quien les enseñe. Mañana voy a verte y vas a verme, aunque si es un buen día apenas recordarás quien soy.