domingo, 14 de agosto de 2016

Creciendo

Hace varios meses que no escribo en el blog. No porque no tenga ganas, sino porque, por lo general, no tengo tiempo. Volví a laburar a full fuera de casa, y el pequeño arrancó el jardín maternal. Nuestras mañanas son una vorágine de preparaciones y de salir corriendo a trabajar y a llevarlo a la escuela. Nuestras tardes, de siestas, juegos, dibujitos, paseos y tareas del hogar. Nuestras noches, de trabajo conjunto para la cena, el baño y todo ese montón de cosas que hacen a la vida cotidiana con un deambulador. Y las post-noches (?), el momento temido de "hacerlo dormir", acción que puede ocurrir en una feliz media hora o que puede tenernos al borde de los nervios por el tiempo que insume (1 am, poner el despertador y ver que dice "la alarma sonará en 5 horas y 30 minutos...")

En fin: si la vida con un bebé te transforma por completo, la vida con el deambulador te hace correr como nunca. Se largó a caminar hace unos meses y los avances en su motricidad me dejan con la boca abierta: caminar a los tumbos, caminar con equilibrio, caminar y dar saltitos, bailar, ponerse en puntas de pie, hacer un trotecito, subir escaleras gateando, subir escaleras de la mano, bajar escaleras con ayuda, y el más temido: trepar. Trepar al sillón, trepar a sus padres, trepar a la cama, trepar a las sillitas. Cuando estamos en casa, todo está bajo un relativo control, y cuando está en el jardín, también: ambientes controlados y adaptados para pequeños exploradores. Fuera de casa, el mundo es un maravilloso lugar para investigar, y para escapar de mamá por un rato. Si tener un gateador implicaba un desafío a la hora de cocinar, el desafío ahora es andar por la ciudad sin que se escape. Dejarlo moverse, dejarlo conocer y pasear sin hacer destrozos, sin tirar al suelo todos los productos de la góndola, sin ensuciarse por demás. ¿Lo retamos por todo? ¿Lo dejamos hacer de todo? ¿Lo sobreprotegemos? ¿Lo descuidamos? ¿Le estamos generando un trauma terrible? ¿Lo estamos malcriando? Nos hacemos estas preguntas y no tenemos respuesta, tal vez porque no la haya, tal vez porque vamos descubriendo nuestras formas de ser padres a medida que se nos presentan las situaciones.

Avanzar en la motricidad, además, no es sólo dominar el arte de la caminata. Es pararse y agacharse, es agarrar y tocar, poner y sacar cosas de lugares, interactuar con los juguetes, con la tele (saludando a cada programa de tv cada vez que pasan los títulos finales), con la tablet (buscando dibujitos en YouTubeKids), con las cosas que no son juguetes (tachitos de la cocina, manijas de los muebles, imanes de la heladera), con los objetos que usamos nosotros (si me ve con el control remoto quiere control remoto, si me ve escribiendo quiere dibujar, si me ve barriendo... quiere jugar con la basurita que barro). Caminar es estar en el mundo de otra manera, y tener miles de nuevas posibilidades para explorar.

De marzo para acá, para mí fueron unos meses de mucho trabajo y poca escritura. Para él, fueron meses increíbles de desarrollo y descubrimiento. Todo lo que diga me suena a aforismo maternal barato, a frase de Doña Rosa o a publicidad de productos para bebés (pufffffff qué mercado increíble). Pero es cierto que crecen rápido, que cambian de un día para otro, que aprenden todo el tiempo de todo lo que ven, y que ellos mismos se ponen desafíos y tratan de lograrlos. 

Ya se despertó, ya pasó mi ratito de escritura, de hilvanar ideas para próximos posts que quién sabe cuándo podré publicar. Arrancamos otro día más, lleno de juguetes, de piruetas, de tratar de entender qué quiere, de repartirnos su cuidado mientras intentamos desarrollar actividades de adultos, otro día agotador, intenso y lleno de cosas nuevas.

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