lunes, 17 de febrero de 2014

Zoo nocturno

Cae la noche y todos se guardan en las madrigueras. En un movimiento lento pero inexorable la ciudad se vacía y las multitudes de explotadores y explotados se esconden de la oscuridad.
La noche en los campos es brillante y con la luna se adivinan los horizontes, y sus habitantes también descansan. Se oyen los ruidos lejanos y la vista se agudiza, pero todos duermen a la espera de la salida del sol, cuando todo vuelve a empezar. Sólo algunos animales nocturnos rompen con sus voces el silencio, y el mudo sonido del viento arrulla al cielo y a la tierra.
En la ciudad, en cambio, los animales nocturnos son otros. No sólo las ratas y los bichos entre caños y rincones mugrientos. Desde lejos, desde arriba, todo parece calmo y silente, sin hojas mecidas por el viento, sin el batir de alas de lechuzas. Mirando más de cerca el panorama es distinto. Cuando todos aquellos llegan a sus casas, hay otros que sin sufrir de insomnio están despiertos hasta que sale el sol. En contramano, en los vacíos vagones que van al centro, salen a la calle para hacer el trabajo sucio, para que todo funcione al día siguiente, mientras ellos duerman acostumbrados al barullo de la ciudad.
Los pocos colectivos que circulan guardan misterios que, a la luz del día, uno no imagina. Y entre conductores y pasajeros hay una camaradería, una comunicación que asombraría a los transeúntes de la hora pico. Los desposeídos pueblan densamente los rincones, más visibles ahora que hay más oscuridad.
Con el nuevo siglo proliferan nuevos trabajos nocturnos, que se superponen con los nocturnos de siempre. Los kioskos abiertos toda la noche, ajenos a cualquier lógica económica pero siempre listos con ese paquete de cigarrillos, esa textura de preservativos, ese antojo de dulce con más dulce de las embarazadas, un café caliente para el residente de guardia en el hospital público, un digestivo de venta libre para bajar la cena. El patrullero haciendo la ronda nocturna, charlando con los caballeros, y levantando la comisión de la noche de las mujeres de la esquina. Arriba de esa esquina, algunas luces encendidas marcan el horario de oficina de estos nuevos jóvenes que atienden por teléfono a gentes de otros rincones del planeta, a fuerza de café y chat.
Y el edificio de elegantes ventanales tiembla al paso del monstruo ruidoso, hediondo, que devora alimento en bolsas negras que hombres corriendo arrojan a su boca. Monstruo carroñero que no deja rastros de su comida, haciendo parecer que quiere más, que es insaciable. En nuestra generosidad lo alimentamos: mejor no pensar donde deja sus propios deshechos... lejos, lejos donde no se huela ni se sienta su sabor en el agua.
Algunas luces encendidas sugieren que aún hay vida, que algunos permanecen en vigilia para asegurar que amanezca de nuevo, mientras el resto está protegido por un sueño profundo. El que tiene que entregar el informe, el que mañana rinde su primer parcial y se pregunta cómo será, el que rinde el último y se pregunta cómo será lo que vendrá después. La madre que termina la tarea de manualidades del hijo, la madre que cuenta contracciones y dilataciones y su propia madre que pasa la noche en vela. El padre que se levanta a preparar la mamadera, el que saca a pasear al perro a la hora en que nadie molesta, el padre que espera levantado a su hijo que trabaja de noche, y le hará unos mates que para uno son el desayuno y para el otro, la cena. La pareja que se besa, el hombre que hace zapping mientras la esposa duerme. El cantante que compone, los bohemios que debaten, los maestros que corrigen, los periodistas en la redacción, y los que hacen guardia: el del hospital, el bombero, el portero del edificio, la telefonista de los taxis, el que entrega la llave en el hotel alojamiento, los de la casa de velorios y los de neonatología. La locutora sexy que acompaña a todos con su voz de noche. Y el del taxi que recién empieza dice “buenos días” a la camarera que limpió el local, y con sueño responde “buenas noches”.

Para los que despiertan, parecerá que fue poco, que no alcanzan las horas de sueño. Para los que van a dormir fue nuevamente una noche interminable, fría y monótona, sin los precios del mercado de divisas, sin los resultados de algún partido de fútbol, sin los anuncios grandilocuentes del presidente, sin ver demasiadas estrellas opacadas por la luz, y sin prender la luz para no despertar a los que duermen. 

[2004]

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