miércoles, 12 de marzo de 2014

Milán, capital de la moda

Esta breve historia empieza mucho antes del viaje, cuando estábamos intentando sacar en forma anticipada el pasaje de tren de Venecia a Milán. Varias veces intenté en la web de Trenitalia y no había caso: no había precio en oferta, no había lugar, no entraba la tarjeta, etc. Finalmente conseguí pasaje... pero me confundí de día. Ya fue, imposible devolverlo. Volví a sacarlo después de varios intentos. Lo conseguí: salíamos a las 6.20 del día exacto desde Venezia Santa Lucía hasta Milano Centrale. ¿Por qué cuento esto? Porque era un viaje que ya venía en contra de lo que decían los planetas... 

El día de la partida 6.20 hasta Milán, ya llevábamos dos semanas de viaje, de mucho andar y poco dormir. La noche anterior la habíamos pasado torrando como podíamos, y con algo de resaca, en el tren nocturno Munich-Venecia (y sí, había que despedirse de Alemania con mucha birra). Durante el día habíamos paseado un montón y comido poco... cuestión: no dábamos más. Nos habremos dormido como a la 1 am o más, y para colmo yo me sentía algo descompuesta.

No recuerdo haber escuchado el despertador que habíamos puesto 5.30. Abrí un ojo y miré el reloj: eran las 6.10. Nah, debo estar dormida. 6.10... WAAAAAA SON Y DIEEEEEZ NO LLEGAMOS!!!! ¡NOS QUEDAMOS DORMIDOS! Nos sentamos los dos de golpe en la cama. Sí: vamos que llegamos. Yes we can. Impossible is nothing.

Ya teníamos las mochilas casi listas. "Ponete la ropa arriba del pijama". Nos pusimos las zapatillas y me até el pelo mientras gritaba "agarrá la plata, no te olvides los pasaportes". 
A las 6.12 estábamos bajando a las corridas tres pisos por una escalerita diminuta en un hotel desvencijado, digo, vintage. Mientras Sergio bajaba con las mochilotas (hay que viajar livianos, amigos), yo le decía al conserje "Arrivederci, we are leaving the room" (en mi clásica combinación idiomática), devolvía las llaves y buscaba los pasajes de tren. 
A las 6.14 empezábamos a correr las tres largas, irregulares, empedradas y llenas de obstáculos cuadras que nos separaban de la estación (sí, además de canales, en Venecia hay calles). Durante esos minutos yo sólo pensaba "ojalá que el tren esté cerca de la entrada de la estación", porque hay estaciones que son gigantes y encontrar el andén implica descifrar un laberinto.

A las 6.18 llegamos a la estación. Subimos las escaleras con la lengua afuera y nos tomamos unos treinta segundos para recuperar el aliento y mirar las pantallas. Había sólo un tren esperando. Frente a nuestros ojos.
A las 6.19 subimos al tren. 

Súper puntual, a las 6.20 arrancó.
Nos tomó un rato largo recorrer el tren buscando nuestro vagón y asiento. Estábamos en la otra punta de Italia cuando nos recuperamos por completo. Fui al baño, me lavé los dientes y me acomodé el pelo. Creo que me puse desodorante. Ni me maquillé. Ni me saqué el pijama. 

Hay modelos que venderían su alma por recorrer Milán. Es la capital mundial de la moda, del estilo, del glamour, de los autos de lujo, con uno de los mejores teatros de ópera del mundo. Súper classy. Y ahí llegamos: metimos las mochilas en un locker y nos fuimos a pasear. Sin moda, sin estilo, sin glamour, sin lujo, en zapatillas y con el pijama abajo de los pantalones. 

El famoso "Dios le da pan al que no tiene dientes", en mi caso, fue un "Dios le da Milán a quien no tiene estilo". El mundo, el universo, el destino, los planetas... parecían no querer que estuviéramos ahí. Pero ahí estuvimos. 

 Yo, con mi glamour y mi estado atlético envidiable
Sergio, las mochilas y los trenes italianos en la estación. 


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