miércoles, 2 de julio de 2014

117 minutos

La noche anterior

Después de mirar la definición de Alemania-Argelia me preocupo. Todos pasaron sufriendo, incluso contra equipos que en principio podían parecer menos poderosos. Nadie la tiene fácil. Y sufren también los eliminados, claro. ¿Nos pasará a nosotros también? Empiezo a preocuparme. ¿Nos volvemos en octavos? ¿¡Contra Suiza!? Quiero dormir pero no puedo. La habitación está en silencio, doy vueltas en la cama, agarro el teléfono y me pongo a tuitear. Parece que no soy la única nerviosa. ¿Dormirán los jugadores? ¿Qué pensarán ellos? ¿Estarán confiados? No se agranden muchachos, que los partidos hay que jugarlos. ¿Tendrán miedo? Yo sí. No quiero perder. 

Por la mañana

Me despierto, abro los ojos enseguida (inusual en mí), y aún tapada por las frazadas les mando mensajes a mis amigas, con las que veré el partido, con cantitos y banderas. Decido poner música buena onda para bañarme y desayunar. Estoy feliz, contenta y animada. Meto en la cartera golosinas, una especie de vuvuzela que compré cuando empezó el mundial y nunca pude hacer sonar, y el muñequito de trapo blanquiceleste que me acompaña. Subo al bondi, sigo con mi música buena onda y arranco. 

Al mediodía

Bajo del bondi y veo gente desesperada buscando infructuosamente taxis, y negocios con cartelitos "Cerrado por el partido". Llego a lo de Bárbara cuando están por cantar los himnos. Siento una mezcla de nervios y ansiedad, parecidas a ese momento previo a rendir un examen final, con la única diferencia es que acá no puedo hacer nada... sólo ser testigo. No tengo cábalas. Las empanadas están en la mesa pero no puedo comer ni un bocado. Empieza mi proceso de transformación.

Mitad del partido

Me preocupo. Me enojo con el pesimismo de Mariel e ignoro las charlas de las chicas. Estupidizada miro la tele desde el borde de mi asiento y apretujo el muñeco de trapo. Como alguna empanada pero sólo porque está ahí. Hambre no tengo. Salto de la silla cuando pateamos al arco, gritamos todas juntas cuando los suizos se acercan o cuando Romero pierde torpemente la pelota. Trato de estar tranquila pero no puedo. No podemos estar cero a cero. No podemos empatar.

Final del segundo tiempo

Estoy sentada en una posición inverosímil y la tensión se acumula en mi cuerpo. Tengo calor, tal vez porque estoy al lado de la estufa, tal vez porque estoy a punto de explotar. Intento no pensar, no pensar en el alargue, no pensar en los penales, no pensar en que se pudra todo y quedemos afuera. Los ojos me pican y se humedecen: estoy al borde de las lágrimas. Me pongo dos dedos en el cuello y siento las palpitaciones: a mil. Cecilia se preocupa y me dice "no, Lau, cuidado, tranquila". Salgo al balcón.

Empieza el alargue

Desde el balcón del décimo piso de la casa de Bárbara respiro, no me importa el frío. El silencio es casi total. A lo lejos se escucha un auto. El cielo está algo gris. Respiro lento, trato de relajarme. "Di María se corre todo. Es aguantador, ya lo conocemos. Tiene pilas". Vuelvo a mi asiento, vuelvo a apretujar al muñeco, vuelvo a fijar los ojos en la tele, como todas. La sombra de la definición por penales aparece de nuevo. Otra vez no. El riesgo de que alguno pifie y lo lapidemos para siempre. El temor a los periodistas deportivos sentenciando "Con Tévez en la cancha esto no pasaba" o el cínico "Qué querés, si Messi no canta el himno". Las burlas eternas de los brasileros. No, penales no. En los cuartos contra Alemania me fui, no miré la tanda de penales. Rocío me dice "te fuiste y perdimos, así que si hay penales ahora te tenés que quedar". Tiene razón. Tendré que soportarlo estoicamente. Por favor, penales no.

Minuto 117

Dos de las chicas hablan y alguien las calla cuando Palacio roba la pelota. Sigo en el borde de mi asiento, apretujo el muñeco de trapo, no me paro. Cuando la tiene Messi y salta sobre el rojito ese que queda despatarrado sobre el piso abro más los ojos. Se puede, vamos que se puede. Qué hermoso que jugás, pibe (sí, ya sé, tenés 27 años, tenés un hijo, pero para mí sos un pibe). Al borde del final, se la pasa a Di María y renace la esperanza. Definición deliciosa. Antes de que la pelota entre, siento que se me aflojan las piernas, los hombros, los brazos. Una corriente helada nace en mi nuca y baja por la espalda. Siento que peso diez kilos menos. La pelota estalla contra la red.
Gol.
Gol, carajo.
Salimos disparadas del sillón y gritamos con más fuerza que nunca. Me abrazo con Mariel y con Aldana. Abrazo de gol. Saltamos. Abro la puerta del balcón y salimos a gritar. Somos miles. Agarro la vuvuzela y finalmente logro que suene. Retumba por toda la ciudad. 
Gol, carajo. Uno a cero. Siento que el festejo es eterno y temo volver y ver que el partido se dio vuelta. Pero no. Los jugadores también siguen festejando. 

Últimos cinco minutos

Se sufre, pero se sufre menos. El partido no termina más. La suerte que no tuvimos durante 120 minutos aparece ahora, cuando una pelota suiza pega en el palo y después se va. Era la sentencia de penales de nuevo, pero no: tres suizos se tiran al piso derrotados. Destruidos. Al borde de la eliminación. Siguen intentando, mirá vos, estos tipos tenían sangre en las venas. La puta madre. Otra falta, otra tarjeta, un tiro libre, y la reputa madre que esto se termine. Demoran más de un minuto en patear. Se hace eterno. Rocío sigue corriendo por la habitación. No quiere mirar. Que se termine. Patean, rebota en la barrera, pitazo final. 
Terminó. No hay penales. ¡No hay penales, pasamos sin penales! ¡¡¡¡¡¡¡¡Estamos en cuartos!!!!!!!!!!
Al balcón otra vez. Nos abrazamos, gritamos, saltamos, enloquecemos. 
Buenos Aires tiembla bajo nuestros pies.

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