lunes, 28 de julio de 2014

Quedar varados

[pasado el furor mundialista vuelvo a otra de las cosas que me encantan: los viajes. Y mis boludeces relacionadas con los viajes.]

Cuando estamos recorriendo un lugar desconocido, nuevo, placentero, solemos sacar fotos hermosas como para recordar siempre esos momentos de felicidad. Pero esos ratos de alegría y contemplación suelen ser eso, ratos. Más largos, más cortos, pero de ningún modo la totalidad del tiempo viajero. Los viajes también están llenos de otros momentos, situaciones que nos llevan al borde de la locura, de la zozobra y del ridículo. 
Estar de viaje es estar en tránsito, es moverse de un lugar a otro, es querer llegar desde acá hasta allá. Pero algunas veces tardamos demasiado en llegar de un punto a otro, y otras tememos quedar varados, sin poder salir de un "acá" donde ya no queremos (o podemos) estar.
Pues... a mí me pasó varias veces. Algunas viajando sola, otras con mi novio que padeció en carne propia mi histeria. Esos momentos en que no nos detenemos a sacarnos fotos porque sólo queremos teletransportarnos a nuestra cómoda y calentita habitación.

La primera vez que quedamos varados fue en Montevideo. Estábamos acampando en una playa cercana a la ciudad, Salinas, pero habíamos ido a Montevideo para pasar una noche de carnaval en el Club Malvín. Nos lo habían recomendado, viajamos en bondi, dimos vueltas por el barrio bastante perdidos y al final llegamos al club. Lo pasamos muy bien; cuando terminó el espectáculo la gente se fue yendo, y de los colectivos ni noticias. Seguíamos varados y solos en la madrugada, sin un bondi cerca y cada vez con más frío. Nos tomamos un taxi hasta Tres Cruces, la terminal desde donde salían los micros para los alrededores de Montevideo. No les puedo explicar mi nivel de ansiedad y preocupación para ese momento. De noche, sin transporte, con poca plata, en una ciudad desconocida, con frío y sueño. Cuestión que llegamos a la terminal a eso de la 1 de la mañana... y el primer micro salía a las 5. Ya está, no hay nada que hacer. La bronca y los nervios dieron lugar a la resignación y a esperar y dormitar en un banquito toda la madrugada. Una delicia. Llegamos al camping al amanecer. Suena romántico pero no lo fue. 

La vez siguiente fue en un recorrido por la Quebrada de Humahuaca. Después de haber caído en un par de hoteles medio desagradables que habíamos reservado desde Buenos Aires, decidimos que era mejor llegar al siguiente destino y ahí elegir "cara a cara" dónde parar. Lo que no tuvimos en cuenta fue la hora a la que llegaríamos a cada lugar. Todo bien con recorrer y comparar hoteles siempre que uno esté abrigado, alimentado y en un horario más o menos normal. No fue el caso. Cerrábamos el viaje en Salta, y hacia allí nos dirigimos en un bondi desde Humahuaca. Pensamos que demoraría un par de horas, pero nos tomamos el lechero y se tomó más de seis, incluyendo paradas de Gendarmería y revisiones de mochilas en el medio de la nada... Nuevamente, la locura se fue apoderando de mí. Cuando pensé "ya estamos llegando" pusieron una película de tres horas. Me desesperé. Caímos en la terminal de Salta como a las doce de la noche y nos atacó una horda de promotores de hostels ofreciéndonos lugar. Yo, desconfiada, ansiosa y rodeada de desconocidos estaba al borde del pánico. "Estos seguro son todos estafadores". Nos metimos en la terminal y le dije a Sergio "¿por qué no vas a averiguar si hay algún alojamiento recomendado". "Dale, quedate con los bolsos" y se fue. Yo había entendido que iría a alguna oficina de turismo, y lo esperé, y esperé. Me quedé sola, abrigada y abrazando las mochilas, esperando. No recuerdo si no teníamos celular o nos faltaba batería o qué, pero de mi buen muchacho ni noticias. Por mi mente cruzaban las peores ideas: que se perdió y no sabe cómo volver era la más light, que lo habían secuestrado para robarle los órganos era la más trágica. Como a la hora apareció... se había mandado a recorrer Salta (sin mapa ni nada, así, a lo explorador intuitivo) y consiguió un hostel de lo más lindo. Pero claro... para ese momento yo ya era el demonio de Tasmania, la locura personalizada. "Me dejaste sola!! ¿Cómo se te ocurre? ¿Por qué no me avisaste? Estás loco!!!". "Pero nos conseguí un buen lugar". Pobre, le dije de todo menos lindo. Se necesitaron tres días de torrontés, empanadas salteñas y dulces regionales para calmarme.
Es así, sepan que puedo ser muy buena compañera de viajes pero que cuando enloquezco... agarrate.

Otra vez que casi quedo no sólo varada sino también presa fue en Bariloche. Ya nos tocaba volver, y siempre es triste volver de Bariloche. Pero bueno, las vacaciones terminaron. Estábamos con Sergio en la fila para embarcar, a punto de subir al avión, de nuevo a la noche tarde (el vuelo más barato, ejem), cuando ocurre lo más temido. Me llaman por altavoz. 
- Pasajera LauSan, preséntese en el mostrador de check-in, por favor. 
Con mi desconcierto me fui hacia abajo. 
- Bueno, Sergio quedate acá, no te vayas sin mí! 
Llego abajo, pensando que no sé, que tal vez el vuelo estaba sobrevendido y nos pasaban a primera clase o algo así. Me apersono en el mostrador.
- Soy yo, ¿qué pasa?
- Acompáñenos, por favor. 
Dos señores representantes de la autoridad aparecieron de la nada, detrás mío, y me pidieron que fuera con ellos. Y ahí me fui.
- ¿Qué pasa? - yo ya pensaba en llamar un abogado, en recordar mis derechos, en que todo lo que diga pueda ser usado en mi contra, en qué cuernos está pasando. Pero logré quedarme calmada. De a poco estoy aprendiendo a no enloquecer.
- Tenemos que ir a la pista
- ... - noenloquecer, noenloquecer, no-en-lo-que-cer !!!!!!!!!!!
- Usted está viajando con un elemento prohibido en la mochila
- ... - ¡elemento prohibido! ¿Qué elemento prohibido? ¿La navaja? Pero si está bien que la navaja vaya abajo. ¿¡Me metieron drogas!? Nah, si es un vuelo de cabotaje. - ¿Qué elemento prohibido? Esto debe ser un error. - Sí, claro, todos deben decir lo mismo, ¿por qué me van a creer? 
- Usted está transportando una garrafa y no se puede viajar con una garrafa.
- ¡Yo no tengo ninguna garrafa! - Noenloquecer, noenloquecer, noenloquecer ¡pero una garrafa la puta madre eso es re terrorista!
- Acompáñenos a la pista.
Ahí fui, con estos dos buenos muchachos, a la pista del aeropuerto de Bariloche, a la noche, de nuevo a chupar frío. El backstage del vuelo. Las lucecitas de la pista y un montoncito de equipaje esperando para subir al avión.
- ¿Usted es LauSan?
- Sí
- Entonces esta es su mochila, y en su mochila hay una garrafa.
- No.
- Sí.
- ¿Usted es LauSan?
- Sí, pero esa no es mi mochila.
- Pero acá dice "LauSan".
- Sí, pero no es mi mochila. 
- Pero dice "LauSan".
- Pero no es mía. Le dije, esto es un error, yo no vine en carpa, no tengo carpa, no tengo garrafa, no tengo nada.
- Pero tiene su nombre.
- Se habrán confundido. La chica que nos hizo el check-in imprimió como cinco tiritas con mi nombre porque no funcionaba bien la impresora. Le habrán puesto mi nombre a otra mochila.
- ¿Y entonces?
- ¡Y qué se yo!
- ¿Y qué hago con esta mochila?
- ¡Dejela acá, si tiene una garrafa! ¡No la pensará subir al avión!
- Pero si la dejo se queda sin su equipaje.
- ¡Pero que no es mi mochila le dije!
- ¿Y de quién es?
- ¡Qué se yo! - Laputamadre se me va el avión. Si pierdo el vuelo les armo un quilombo y un bruto reclamo y me van a tener que pagar un finde en el Llao Llao. Mínimo.
- Bueno, volvamos, me tiene que acompañar a declarar.
- ¡Pero pierdo el vuelo! 
- Bueno, está bien, la acompañamos a la puerta de embarque, muchas gracias.
- ...

Volví a embarcar, Sergio me estaba esperando, subimos al avión, padecimos las miradas de la gente ("por culpa de estos dos hippies salimos con demora") y me senté. Ahí hice catarsis. "¡Estos hijos de puta pensaron que yo quería volar el avión!". Dije la palabra "bomba" a los gritos, ya pensando que me iban a bajar y meter en cana de nuevo. Volvimos a casa y jamás me enteré de quién era el dueño esa bendita mochila con elemenos prohibidos.

Moraleja: Sin contratiempos, a los viajes les falta algo. 
Moraleja 2: Igual... no enloquecer.

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